El pasado viernes se estrenó en cines ‘La sustancia’, la película de Coralie Fargeat, que recibió el premio a mejor guion en la última edición del Festival de Cannes.
El título viene de un producto revolucionario que promete una versión mejorada de una misma. Basándose en la división celular, crea un alter ego más joven, más bello, más perfecto.
El filme, protagonizado por unas espléndidas Demie Moore y Margaret Qualley, comienza con unos planos que son una metáfora insuperable del ocaso de una estrella y desemboca en un desmadre que llega a ser hilarante por lo grotesco -no es de extrañar que, en alguna ocasión, uno dude, incluso, de si está viendo una película o asistiendo a la tomatina de Buñol-.
Más allá de la comicidad que puede producir el ver cómo se le va de las manos el asunto al personaje de Demie Moore, que se agarra con uñas y dientes a las promesas de esa sustancia, lo interesante de la película es la reflexión acerca de por qué esta mujer de unos cincuenta hace lo que hace. El motivo no es otro que la tiranía de la belleza en los cuerpos femeninos. Eso sí, en mi opinión, esta crítica al sistema queda un tanto desdibujada al haber elegido como protagonista a una actriz que, a sus sesenta y un años, aparenta cuarenta y cinco -con ayuda de los avances estéticos, muy probablemente-. Mucho más congruente sería ver en pantalla el cuerpo real de una mujer de cincuenta y tantos, aunque habrá quien argumente que, Demie Moore, que sufrió en sus carnes la dictadura de la delgadez, entiende a su personaje mejor que nadie.
Compuesta por Raffertie, la música, que enseguida te mete en esa espiral de locura, es otro de los puntos a favor de la cinta.