Entrevista | Víctor Izquierdo y José Luis Esteban «Estamos construyendo un sistema y una sociedad en los que no conviene tener personas mayores vivas, no resulta rentable»
Hace unas semanas, se celebró en Teruel la XIII edición de los Premios Simón, que otorga la Academia del Cine y del Audiovisual Aragonés. Arrasó ‘El nuevo barrio’, el cortometraje dirigido por Víctor Izquierdo, que dignifica a los mayores a través de la historia de un grupo de jubilados que han vendido sus pisos en nuda propiedad. Interpretando a estos personajes, dan voz a toda una generación Manuel Zarzo, José Luis Esteban, Miguel Ángel Tirado y Joaquín Murillo.
Con uno de los artífices del cortometraje -no solo lo ha dirigido, también ha participado en otras fases del proceso, como el guion y la producción-, Víctor Izquierdo, y con el actor -también escritor, poeta y dramaturgo, entre otras facetas- José Luis Esteban, tuve ocasión de charlar largo y tendido. Hablamos, entre otras cosas, de sus respectivos oficios, de las inquietudes que acechan en el último tercio de vida, de la soledad y de cómo la voracidad inmobiliaria atosiga a los ancianos y deja irreconocibles los barrios.
Pregunta. Partíais de catorce candidaturas a los Premios Simón y os llevasteis siete. Víctor, ¿te imaginabas que ibais a tener que subir tantas veces al escenario?
Víctor Izquierdo. Cuando vi que era José Luis el que leía las nominaciones no, para nada. ¿Qué sentido tenía escuchar de boca de uno de tus protagonistas que ibas a estar nominado en catorce categorías? Yo siempre soy muy escéptico con estas cosas. Estábamos muy contentos con el trabajo, pero nunca sabes por dónde va a salir. Esto es una tómbola como diría Marisol.
«Con este premio se respalda un oficio en el que estamos acostumbrados a recibir negativas por respuesta, rechazos más o menos disimulados o indiferencia.»
P. ¿Qué ha supuesto para el equipo recibir estos siete premios?
José Luis Esteban. Lo mío [Premio Simón a mejor actor], en lo particular, tiene muy poca importancia. Lo que es más importante es que con este premio se respalda un oficio en el que estamos acostumbrados a recibir negativas por respuesta, rechazos más o menos disimulados o indiferencia. Entonces, esto constituye, aunque sea a un nivel meramente simbólico y un poquito emocional por ser en la tierra, un respaldo y un empujón porque significa que hay un grupo de gente que es capaz de ponerse de acuerdo al considerar que este trabajo está bien y lo votan, sin importar si están votando en muchas candidaturas al mismo corto.
Lo de los premios no tiene otro sentido más que ese, que repercuta en la autoestima de todos y todas los que conforman el equipo. En este caso, además, se ha premiado de manera masiva no solo a lo que es el núcleo duro del corto, sino también más allá, cosa que no es frecuente y eso es para que lo celebremos muchísimo.
P. Supongo que es un espaldarazo, Víctor, para seguir haciendo proyectos.
V.I. Sí. Lo hablaba el otro día con mi chica, Elisa, que no te embarcas en proyectos para recibir premios, por lo menos yo no, y José Luis tampoco, pero el recibirlos te insufla de energía para embarcarte en nuevos proyectos, y más en tu tierra.
El premio no es solo subir al escenario a recoger una estatuilla, sino que la gente se te acerque y te diga «te he votado porque me ha encantado», «te he votado porque esto me ha recordado a mi abuelo, porque aquello me ha recordado a mi padre, porque he conectado con esto otro». Cuando la gente se ve atravesada por cosas que concibes y haces es una barbaridad.
P. ¿De dónde viene la idea de contar esta historia?
V.I. De Mario López, nuestro director de fotografía, que es hijo de Manuel Zarzo, el actor protagonista del corto. Él vive en Madrid y allí es mucho más salvaje la problemática inmobiliaria. El bombardeo continuo de carteles de publicidad que dicen «tasamos tu piso» o «compramos tu piso» le hizo plantearse qué ocurre, cómo afectan esos anuncios cuando eres ya una persona de cierta edad, cuando la dependencia está a la vuelta de la esquina.
P. A ti, José Luis, ¿qué es lo que te atrajo de esta historia para querer embarcarte en el proyecto?
J.L.E. Todo. Desde lo más superficial hasta lo más profundo. Lo primero es que hace falta muy poco para convencerme para que me meta en un embolado. En segundo lugar, me caía muy bien la gente que estaba detrás del proyecto, tanto Víctor como Mario. Me habría metido en casi cualquier cosa que me hubieran propuesto ellos aunque no me hubiera gustado nada. Y luego que, a veces, te metes en proyectos con toda tu buena voluntad sabiendo que eso es un barco que se va a ir a pique en cuanto venga la primera ola, pero es que esto no tenía esa pinta. Además, hay un punto de mitomanía que también afecta, y es que yo por currar con Manolo Zarzo haría cosas muy extrañas seguramente.
Manolo Zarzo es una presencia que me ha acompañado desde que yo era un chiquillo y empezaba a ver películas. Él ha construido su carrera con secundarios, pero siempre te fijabas en él. Yo creo mucho en las atmósferas, en los afectos, en lo que sientes a través de la piel, en la ósmosis, y trabajar con él, tantos años después, siendo yo ya un señor maduro y estando él todavía ahí es un regalo. Tenía ganas todo el rato de decirle «quiero hacer la quinta parte de las películas que tú has hecho».
Todos esos eran factores que me hacían querer estar en el proyecto. Luego ya, profundizando más en la historia y en los personajes, vi que todo tenía muy buena pinta.
P. Víctor, ¿cómo fue para ti trabajar con los actores? ¿Y para ti, José Luis, meterte en la piel de Paco, ese personaje tan entusiasta?
J.L.E A mí me encantan esos personajes. He hecho algunos que van en esa onda, no solo en el audiovisual, sino también en teatro, así que es un territorio en el que me muevo bien, con cierta soltura. Ese tipo de canallas con corazón, que tienen la lengua muy larga, pero son blandos como el blandi blub. Son personajes que tienen una tradición tanto en el cine como en la literatura. Y uno no es que se vaya especializando, pero sí va empatizando de una manera muy especial con esos personajes que se corresponden con una parte del imaginario propio, que es muy especial. Y el personaje de Paco, al que interpreto en el corto, lo es.
V.I. Comentaba José Luis que Manolo ha sido toda su vida como el gran secundario del cine español y, precisamente, lo que queríamos en este proyecto es que no hubiera un protagonista único, sino que partiéramos de un elenco muy coral de personajes de una generación y, desde ahí, contar la historia del personaje de Ángel, al que interpreta Manuel Zarzo, dándole a él ese lugar protagónico que merecía después de esa carrera, sin desestimarla en absoluto, llena de secundarios. Y ese elenco coral, sostenido, a la vez, con ese personaje tan totémico que tiene Manuel Zarzo, le da un equilibrio muy bonito.
Con respecto a lo de dirigirles, más allá de hablar ciertos matices del personaje, de decirles esto más por aquí o más por allá, es que se dirigían solos. Había un respeto y una escucha tan bonita entre unos y otros, que estuve casi más a cuestiones de producción, de foto y demás que dirigiéndolos.
P. En ‘El nuevo barrio’ lo que vemos es que hay alguien que está esperando a que los mayores mueran para poder ocupar su casa. Es cierto que es una manera de que los ancianos puedan seguir viviendo en sus pisos hasta que fallecen y otras personas puedan acceder a una vivienda a un precio más económico, pero ¿creéis que con estas prácticas nos estamos deshumanizando?
V.I. Sí. Cada vez hay más buitres pululando. Estamos construyendo un sistema y una sociedad en los que no conviene tener personas mayores vivas, no resulta rentable. Entonces, está todo orquestado de tal manera que cuanto antes te mueras y menos productivo seas, mejor para todos. Y es de eso de lo que se habla en el corto.
J.L.E. Es un tema muy complejo. Es verdad lo que dice Víctor. Creo que, por primera vez en la historia de la humanidad, al menos en Occidente, ha habido un aumento enorme de la expectativa de vida, pero pienso que el porcentaje de hijos de puta por metro cuadrado es proporcionalmente el mismo que hace cien, doscientos, trescientos, cuatrocientos o mil años. Lo que ocurre es que ahora hay ámbitos competenciales sobre los que esos hijos de puta pueden actuar de una manera que afecta a una globalidad de gente bastante grande.
Hay muchos viejos, más de los que ha habido nunca, porque ahora hay una sanidad, unas condiciones de vida, etc. que hacen que la gente por primera vez en España tenga una esperanza de vida de ochenta y tantos años, como, por ejemplo, mis padres, que están vivos los dos con ochenta y cinco años cada uno. Y no tengo ninguna duda de que hay una cantidad enorme de hijos de puta dispuestos a sacarles los ojos, igual que están dispuestos a sacármelos a mí y a ti, lo que pasa es que el hecho de que se lo hagan a los mayores da más cosa porque la vejez profunda es una etapa muy peliaguda, pero no creo que ese proceso de deshumanización al que aludes sea propio del mundo de ahora. Ese proceso de deshumanización está dentro del gen del ser humano. Antes, es que la gente se moría a los cincuenta porque fallecían con los pulmones corrompidos por los gases mineros en Inglaterra y aquí por las industrias textiles en Cataluña o en los campos de Andalucía. Y lo hacían puteados, en gran medida, por los mismos que ahora putean a los ancianos. Pero no se trata de que ahora vivimos en una sociedad peor, sino que pasan las mismas cosas y, proporcionalmente, insisto, hay la misma cantidad de cabrones, lo que pasa que ahora somos muchos más y ellos también son muchos más. Y, además, es que ahora tenemos la capacidad de saberlo todo, de ser conscientes de lo que pasa, que es una cosa que nos ocurre por primera vez en la historia del ser humano.
«La soledad puede ser proclive a generar buitres que vayan a por ti, pero no tiene por qué ser algo malo en sí misma»
P. Otro de los temas que trata el corto es el de la soledad. De ello te haces eco, José Luis, en tu libro de poemas ‘Palabras que no he gastado’, en unos versos que dicen que cada vez conocemos el cumpleaños de más gente, pero cada vez conocemos menos gente. Qué necesarios son los afectos y la compañía en la tercera edad, ¿no?
J.L.E. Es verdad. Yo lo flipo mucho con el postureo emocional de Facebook. Ahí se acaba nuestra cuota solidaria emocional diaria, en felicitar el cumpleaños a gente que no vemos nunca. No se trata de eso.
V.I. El tema de la soledad está muy presente en el corto y lo está con ánimo de dignificarla. La tenemos muy estigmatizada y es algo inevitable cuando llegas a ciertas edades. Yo creo que el corto lo que hace es, en la medida de lo posible, dejar ver cómo esas personas hacen su vida. Serán viudos, tendrán hijos o no, pero pueden llevar una vida muy digna dentro de esa soledad con su grupo de amigos, con su bar de toda la vida. Y muestra también cómo hay factores, como estos buitres de los que hablábamos, que confrontan directamente con esa soledad que se lleva de forma digna. La soledad puede ser proclive a generar buitres que vayan a por ti, pero no tiene por qué ser algo malo en sí misma.
J.L.E. A mí me parece que ese concepto de soledad está muy influido por las series y las películas que vemos, me parece que la gente más joven tiene la imagen de un comedor con los dos abuelos sentados y millones de nietos tocándoles muchísimo las narices. Los abuelos no quieren eso. De hecho, en las películas americanas, donde vemos que están todos juntos, lo que no nos enseñan es que todo eso acaba en un tiroteo. Mis padres, que son mayores, tampoco quieren que estemos allí todos los días dándoles la vara. Es verdad que todavía están bien, están en su casa los dos, con sus historias, pero no quieren que estemos allí todos los días. Lo que sí quieren es que cuando les duele algo o se caen y se rompen la cadera, haya alguien. No tanto esa cosa también muy hippie de «vamos a cantarles a los abuelos el Kumbayá». Los abuelos están hartos, quieren que te vayas.
En el corto no se da mucha información del pasado de estos personajes, pero ninguno de ellos, salvo, quizá, Ángel, parece estar especialmente preocupado por el hecho de estar solos, sino por el hecho de que alguien se los quiera cargar.
Lo que sí que es cierto es que hay un problema porque hay una plusvalía muy interesante, que son los pisos que ocupan esos abuelos, que los compraron hace muchos años y que ahora valen una pasta.
P. Y eso es lo que se ve en el corto: cómo cambian los barrios, los procesos de gentrificación, la proliferación de los pisos turísticos. ¿Habéis vivido eso de primera mano?
J.L.E. En mi barrio no. Hay efectos secundarios que llegan antes todavía que ese fenómeno de los pisos turísticos. Aquí, en Zaragoza, empezamos a vivir en terraza España, y digo terraza porque la Plaza España ya no es una plaza, es una terraza enorme que cubre ya todo. No estoy en contra de tomarse un café en un velador, que me encanta, pero no ahí. Eso es el primer paso de ese fenómeno que dices.
V.I. Al hablar de la especulación inmobiliaria y de la gentrificación, junto con la tercera edad, es inevitable que aparezcan una serie de temas como la reconversión de los barrios, el turismo, la soledad. Y, precisamente, esta cantidad de temas es uno de los motivos por los que el corto ha quedado un poquito largo.
«Lo que tiene este corto de mucho valor es el punto de vista: no se mira a los ancianos como si fueran viejos, ni seres ridículos»
P. Dices, Víctor, que el corto ha quedado un poco largo. ¿Veremos un largometraje a partir del corto?
V.I. La idea es que sí. Como decía José Luis, no sabemos nada de la vida de estos personajes que acompañan a Ángel y hay una problemática generacional que pasa muy de puntillas por el corto, como el tema de los nietos o qué opinan los hijos de que estos mayores hayan vendido sus pisos en nuda propiedad en lugar de habérselos dejado en herencia. Es un caramelito poder pensar en desarrollar esas historias en un largometraje. Yo no entiendo el corto si no es con vistas a un largo.
J.L.E. Lo que tiene este corto de mucho valor es el punto de vista. Y esto lo digo para que lo tengan en cuenta los guionistas de cara al largo. En general, creo que se habla mucho de los ancianos, pero siempre poniendo el foco en la edad adulta convencional, en lo que sería la gente de la segunda edad; sin embargo, este corto está planteado desde el punto de vista de estos mayores, que son señores que se mueven por cosas que no dependen de los años que tengan, desde el gusto por comerse un plato de gambas hasta el gusto por leer un libro. No se les mira como si fueran viejos, ni seres ridículos y eso es muy bueno porque no es frecuente. Se suelen hacer las cosas al contrario. En lugar de contar la historia de un abuelo que se ha roto la cadera y quiere salir solo desde el punto de vista del hijo, que piensa que su padre se ha vuelto loco, yo prefiero ver lo que piensa el abuelo que quiere salir solo y no se acuerda de que lleva una prótesis. Hay que contar la historia desde ahí, no desde la indulgencia.
V.I. Hay cierto carácter empoderador de la tercera edad. Este corto dignifica ese último tercio de la vida y, después de verlo, yo creo que lo que apetece es sentarte con tu abuelo o tu padre a tener una charla de tú a tú, no desde la condescendencia.
P. Creo que rodasteis en casa de tus abuelos, Víctor. ¿Tuvo eso un peso especial para ti?
V.I. Sí. La primera vez que vi en casa de mis abuelos a Manuel Zarzo con el vestuario ya del personaje, me dio un poco un vuelco el corazón porque vi a mi abuelo, que falleció hace ocho años. Ver cómo personificaba esas líneas que habíamos escrito con ese buen humor que tiene Manuel, que tenía también mi abuelo, fue muy emocionante. Había un peso importante ahí. Y creo que, indirectamente, que yo haya tenido una relación tan estrecha con mis abuelos y abuelas, que viven las dos, ha favorecido al guion, lo ha humanizado
P. ¿Qué opinan tus abuelas del corto? ¿Lo han visto?
V.I. Sí. De hecho, salen las dos. La señora a la que está timando el de la inmobiliaria, situación que Ángel ve desde su ventana, es la dueña del piso donde rodamos, mi abuela Luisa. Y mi abuela Mari Carmen, que es mi abuela materna, es la de la foto que se supone que es la mujer fallecida de Ángel.
Estaban muy emocionadas las dos y muy contentas de que se hable de las cosas de las que se habla en el corto desde un punto de vista respetable hacia su generación.
P. ¿Qué significa para vosotros la casa de los abuelos?
J.L.E. Eso es un melón. Yo no tengo esa memoria tan afectuosa, tan cálida, y no porque mis abuelos no lo fueran, sino porque el contexto era diferente. En ‘Palabras que no he gastado’ hablo de esto en uno de los poemas. Yo soy urbanita de segunda generación, como nos pasa a mucha gente en Zaragoza, entonces mis recuerdos de mis abuelos están mezclados con recuerdos de los veranos en el pueblo y no puedo decir que aquello fuera la arcadia feliz ni el locus amoenus, en primer lugar porque mi abuelo era carpintero y tenía en el granero de su casa, una casa de pueblo en el Teruel profundo, su ataúd ya construido, y lo tenía en la habitación de al lado de donde sus nietos dormíamos, entonces cada noche, cuando subíamos a dormir, saludábamos, al pasar, al ataúd de mi abuelo y, mientras subíamos las escaleras también saludábamos a unas botas chirucas que había en el tercer tramo que eran del tío Julio, que había muerto en el cincuenta y siete, que las había dejado allí y que allí seguían, y también a una farola de linterna del tío Emiliano, que falleció en el sesenta y dos. Entonces, era una casa en la que ibas un poco con susto y llegó un momento en que uno se plantea qué estoy haciendo aquí. Lo tengo muy ironizado todo porque son comedias que cuando fui creciendo me fui armando para explicar por qué ese fondo de amargura sobre mis veranos en el pueblo.
V.I. Mis abuelas siguen vivas y tengo con ellas una relación fantástica. Intento verlas cuanto más mejor porque se aprende un montón de ellas, de todo lo que te cuentan, de sus inquietudes.
P. Vuelvo a unos versos tuyos, José Luis, de ‘Palabras que no he gastado’, que dicen «tengo prisa por surcar mi horizonte de futuros». ¿Qué futuro inmediato tenéis por delante?
J.L.E. Mis planes son poder seguir haciendo lo que más me gusta, que es este oficio, y tener mucha salud para dar todo el mal que pienso dar.
V.I. Seguir teniendo las ganas, la ilusión y la ingenuidad de poder embarcarnos en proyectos de cierto rigor y compromiso social, rodeado de compañeros tan fantásticos como José Luis.