Tras su estreno mundial en la 72ª edición del Festival de Cine de San Sebastián, hoy, 27 de septiembre, llega a los cines ‘La virgen roja’, la nueva película de Paula Ortiz -con guion de Eduard Solà y Clara Roquet-, basada en la historia real de Hildegart Rodríguez, una joven que fue concebida y educada por su madre, Aurora Rodríguez Carballeira, según un minucioso plan que debería convertirla en la mujer del futuro.
Cuando cumplió dos años, Hildegart ya había aprendido a leer. A los tres, sabía escribir. A los cuatro, tenía el título de mecanografía. A los catorce, empezó estudios en Leyes, Medicina y Filosofía. Y a los diecisiete, era la abogada más joven de España.
A comienzos de los años treinta, proclamada la Segunda República y siendo todavía una adolescente, se convirtió en referente de la lucha por la libertad individual y los derechos de las mujeres; sin embargo, la prometedora trayectoria de esta joven prodigio se truncó cuando su propia madre, ante las ansias de libertad de su hija, decidió poner fin al «proyecto Hildegart», pegándole varios tiros.
Sobre la fascinante y terrible historia de estas dos mujeres -Aurora, interpretada por Najwa Nimri, e Hildegart -a la que da vida Alba Planas-, los retos a los que se ha enfrentado para hacer esta película, y otras cuestiones como la importancia del lenguaje o los paralelismos entre las protagonistas de ‘La virgen roja’ y otras mujeres a las que admira, he tenido el placer de conversar con la cineasta aragonesa.
Pregunta. Aurora pretendía que su hija fuera una mujer de una intelectualidad asombrosa y que liderase la reforma sexual femenina. Le puso el nombre de Hildegart porque, según ella, significa jardín de sabiduría -aunque la propia Hildegart explica en la película que no significa eso-. ¿Además de por ese supuesto significado que le atribuye Aurora, tuvo algo que ver en la elección del nombre la santa Hildegarda de Bingen -una mujer muy polifacética, que ya en el siglo XII abogaba por los derechos de las mujeres y a la que se atribuye haber hablado, por primera vez, del placer femenino-?
Respuesta. No lo sé, pero me lo he preguntado. A mí la figura de Hildegard von Bingen me flipa y, como pequeño dato, te diré que, en mi primera película [‘De tu ventana a la mía’], hay una secuencia, donde las tres protagonistas, que son tres mujeres a lo largo de tres momentos distintos de la historia, convergen en un momento en que pierden el pelo, bien por una cuestión de enfermedad o porque se lo cortan por humillación política o tras una violación. Y, en esa secuencia, la pieza musical que suena es ‘O ignis spiritus paracliti’, de Hildegard von Bingen. Eso estaba muy pensado. Como te digo, es una figura que me encanta. No puedo hacer una película sobre ella porque ya he hecho Santa Teresa, entonces sería estar todo el rato haciendo películas sobre monjas, santas, superdotadas, que se adelantan a su tiempo y que lo mismo son astrónomas que poetas [ríe].
No sé si Aurora conocía a Hildegard von Bigen, quizá sí. Estas mujeres [Aurora e Hildegart] tenían una cultura apabullante y una galaxia de conocimiento, así que quizá sí la conocía, pero no tengo datos exactos históricos de que la nombre.
«Aurora concebía a Hildegart como un proyecto de ingeniería social de su propiedad y pensaba que si el proyecto no estaba cumpliendo su función, ella tenía derecho a interrumpirlo»
P. Para Aurora, Hildegart era un proyecto como podría haber sido cualquier otro, pero, tú que conoces bien su historia, ¿crees que, más allá de eso, había un cierto amor de madre?
R. Creo que no. La mente de Aurora es fascinante, pero terrible. Si escuchas y lees las declaraciones que hizo en el juicio a los pocos días de matar a su hija, son de una frialdad y una conciencia brutal de lo que había hecho y de por qué lo había hecho. No entendía que había tenido una hija, una criatura nacida de su vientre, que era una persona con una conciencia libre, un ser vivo. No, ella concebía a Hildergart, realmente, como un proyecto de ingeniería social de su propiedad y pensaba que si el proyecto no estaba cumpliendo la función que debía o tenía visos de fallar, ella tenía derecho a interrumpirlo.
P. ¿Y crees que Hildegart era consciente de ser un mero instrumento de su madre?
R. No lo sé. Eso es más difícil de saber. En parte sí. Tampoco sabemos si ella se rebeló del todo contra su madre. Para ella, su madre era su madre y era la realidad que conocía. Además, la educación que había recibido era la que ella le había dado en esa casa, en la que estaban solas, que, al mismo tiempo, era un privilegio enorme, una galaxia de conocimiento brutal.
Es alucinante pensar que mujeres con tal cantidad de conocimiento, de lucidez y de ideas tan civilizadas cayeran en la barbarie. A mí me sigue pareciendo apasionante y un abismo porque creo que Aurora, por lo que dice en el juicio, nunca se arrepintió, ni en sus años en la cárcel ni cuando, después, fue llevada al sanatorio. Ella siguió explicando que el «proyecto Hildegart» había fracasado y no tenía sentido alguno continuar con él. Es escalofriante.
«Me entristece mucho lo burdo y lo cutre de la palabra, la brocha gorda, el empobrecimiento absoluto del debate»
P. En tus películas, los personajes suelen tener muy buena oratoria, como es el caso de Hildegart. Es verdad que, en aquella época, se le daba mucho valor a la retórica, no como ahora. Tú también tienes muy buena oratoria y estudiaste, además, Filología Hispánica. ¿Qué importancia tiene para ti el lenguaje, tanto en el cine como en la vida?
R. Para mí la palabra es algo radical. Es medular en la relación de los seres humanos. Somos lo que nombramos y lo que somos capaces de nombrar. Hay un verso muy bonito de Vetusta Morla, el grupo que ha hecho la banda sonora de la película, que dice «las palabras que no existen nos pueden salvar». Yo me acuerdo mucho de ese verso.
Una vez hecho el guion y con la luz verde de Amazon, hicimos un ejercicio de recuperación de la palabra real de Aurora y de Hildegart, de manera que los mítines que salen en la película son los que ellas pronunciaron en la realidad. También el monólogo final que pronuncia Najwa está sacado del juicio que se celebró contra Aurora; está editado, eso sí, porque, aparte de que no teníamos tiempo, el monólogo real era más fuerte todavía.
A mí me parece brutal la claridad y la precisión de la palabra de estas mujeres, que eran fruto de su inteligencia, pero también, como dices, de una retórica y una oratoria que eran esenciales en el debate colectivo de ese momento. Todas esas personas que tenían esa capacidad tan luminosa y precisa con la palabra tenían un gran poder político, en el sentido político elevado de trabajar y elevar el debate en la polis para ver qué es eso de vivir juntos y cómo vivir mejor juntos. Ahora, me entristece mucho lo burdo y lo cutre de la palabra, la brocha gorda, el empobrecimiento absoluto de ese mismo debate. Seguimos con las mismas cuestiones, las mismas grietas, las mismas heridas, los mismos conflictos y los nombramos peor. Y eso me parece uno de los grandes peligros: no nombrarlos mejor y no poner atención en la palabra.
Yo le doy muchísimo valor. A mí la palabra me constituye y constituye mis relaciones y las personas a las que quiero y admiro, a veces, es también por su uso de la palabra o por su respeto a la palabra.
Hay algo muy importante en la supervivencia del discurso de Aurora e Hildegart y en la modernidad de su palabra. Hoy en día, los discursos de Hildegart, que están en Internet, no es que sean actuales, es que serían revulsivos por la claridad y la precisión de su palabra. Ahora, estamos todo el rato con los mismos lugares comunes, con efectismos zafios y vacuos, que no dicen nada. Yo una de las cosas que más admiro de la Segunda República son los debates que, con independencia del signo político, eran capaces de mantener. La inteligencia de aquellas personas estaba, en parte, en ese uso de la palabra.
Además, creo que, si usas bien la palabra y admiras su uso, vas a escuchar al otro y te vas a poner con más solidaridad en su lugar. Él se va a explicar mejor y tú lo vas a entender mejor y también te vas a explicar mejor.
Hace poco, escuchaba a Alberto Conejero, que tiene un grandísimo uso de la palabra, y hablaba de que él cree en el disenso gentil, una expresión que me pareció muy bonita. La gentileza está en cómo usas la palabra. No se trata de eludir el conflicto ni el disenso, sino de hacerlo de manera precisa, valiente, sincera y gentil.
P. ¿Qué mata más: las ideas o las emociones?
R. ¡Uf! ¡Qué fuerte esta pregunta! La distorsión y el exceso de las pasiones, de los impulsos y de las emociones mata. Y la distorsión de las ideas también mata. Matan, precisamente, por tirar de fuerzas contrarias, pero matan igual. Es la distorsión lo que mata porque, a veces, el arrebato pasional mal entendido se vuelve violento, se vuelve bárbaro y animal, y las ideas, tan elevadas y sofisticadas, cuando se vuelven rígidas y dogmáticas también matan. Es tan peligroso ideologizar todo como sentimentalizar todo.
«Hay mucho paralelismo entre Santa Teresa, Aurora y la propia Hildegart. Son mujeres fuera de su tiempo, mujeres del futuro»
P. Se ve que te interesan los personajes de mujeres muy inteligentes, fuertes, que son capaces de plantar cara a los hombres en épocas en las que la mujer no tiene ningún protagonismo. Has citado antes a Santa Teresa. A priori, podría parecer que Aurora y ella no tienen nada en común, pero ¿se puede establecer algún paralelismo entre ellas?
R. Hay mucho paralelismo entre Santa Teresa, Aurora y la propia Hildegart. Son mujeres fuera de su tiempo, mujeres del futuro. Son mujeres que cargan con contradicciones radicales. Santa Teresa decía «en la contradicción está la ganancia», y es el ser más contradictorio que yo he visto. Aurora también, pero quizá desde un lugar más mental. En el caso de Santa Teresa, en todos: en lo físico, en lo emocional, en lo espiritual, en lo ideológico, en todo.
Son mujeres de una inteligencia brutal y de una pluma, no solo fina, sino también en tensión. Son mujeres que pertenecen a coyunturas históricas bisagra. Y sus contradicciones, sus dudas, esos lugares del alma inexplicables, hacen que sean como un canal hacia el futuro. Santa Teresa, con la duda, y Aurora, con la contradicción -defendía la idea de la mujer libre y cuando su hija hace un ejercicio de libertad, la mata-, nombran cuestiones que se lanzan al futuro.
Las leeremos y volveremos a ellas una y otra vez porque son irresolubles y abismales. Las tres mujeres tienen mucho que ver. Y también Hildegard von Bigen. Hay inteligencias superdotadas que están en unos tiempos, que por lo que sea, son canales que siguen reverberándonos.
P. Estamos acostumbrados a ver en tu cine un lenguaje visual con escenas muy poéticas, que en esta película vemos menos. ¿El hecho de estar contando una historia real, o basada en hechos reales, te limitó en ese sentido?
R. Más que limitar, era un reto. Es cierto que, normalmente, yo me muevo bien en esos lugares de contemplación y esta película no permitía la contemplación. Esta película, con esa madre educando a esa hija en ese momento absolutamente eléctrico, de tensiones encontradas, empuja como un puñetazo. Todo era demasiado bullente como para detenerse. Sencillamente, no podías hacerlo con ese guion, que estaba lleno de ideas y de emociones, que iban desde lo atávico a lo político. Para mí, fue un reto replantear mi lenguaje narrativo y dramático y la puesta en escena hacia allí. De ahí que volviese la mirada a estudiar a Spielberg porque una de las referencias para esta película, aunque no lo parezca, fue Múnich. Y lo era por tratarse de un hecho individual, durísimo e incomprensible, entrelazado con un mundo ideológico lleno de fanatismos, incomprensiones y dificultades.
Ha sido un aprendizaje muy fuerte de otras maneras de contar, pero que el hecho fuera histórico o real solo fue un reto más; no deja de ser otro ejercicio de imaginación. El cine, en realidad, no puede ser del todo histórico ni aunque cuente el presente porque en el cine tú eliges el plano, escoges lo que encuadras, y en esa elección hay un acto de creación, de imaginación de conceptos y de ideas. Entonces, que fuera histórico era un privilegio más. Fue un privilegio poder caminar por la Segunda República, los años treinta. Hemos vivido en 1933 y ha sido bastante guay.
Con las actrices, hacíamos mapas muy grandes de qué estaba pasando en España y fuera en aquel momento, qué se decía, qué leían Aurora e Hildegart, qué tenían en su biblioteca, que es una cosa absolutamente extraordinaria. Aurora, que se crio en Galicia, leía socialismo utópico. ¿Quién era esta señora? ¿Quién era su familia, que tenía esa biblioteca? Eran unas mujeres llenas de ciencia, de sociología, de filosofía, y lo que estaba pasando a su alrededor se cruzaba con sus vidas. Descubrimos cosas históricas que alimentaron muy bien la construcción de los personajes y vivimos aquello de que los sueños de la razón engendran monstruos.
P. Has estrenado tres películas en muy poco tiempo. ¿Ya estás inmersa en tu próximo proyecto o te vas a permitir descansar un poco?
R. Estoy descansando. Estoy escribiendo, pero está todo tan incipiente que no tengo nada materializado. Es un periodo de reflexión.