Entrevista | Javier Fesser y Lorena López «Si vas un día a trabajar y vuelves a casa sin haber aprendido nada, ese es el día de jubilarte»
Dicen que el roce hace el cariño, pero, en ocasiones, también hace el divorcio. Y si no, que se lo digan a Cris y Diego, los protagonistas de ‘Custodia repartida’, la serie escrita por Juanjo Moscardó y María Mínguez, que ha dirigido Javier Fesser [disponible en Disney+]. Eso sí, ellos se separan de mutuo acuerdo. O eso pretenden. De hecho, su intención, dicen, es ser amigos por el bien de Cloe -Lucía de Gracia-, su hija de cinco años. Los problemas empiezan cuando ninguno de los dos puede permitirse vivir y cuidar de la niña solo -ella porque tiene un trabajo muy absorbente y él porque no tiene un salario fijo- y se ven forzados a volver a casa de sus respectivos padres. Es, entonces, con la custodia repartida entre padres y abuelos, cuando aflora la cruda realidad.
Diego -Ricard Farré- creció en el seno de una familia acomodada y rígida que vive en un chalet en las afueras de Madrid, con una madre -Adriana Ozores- demasiado protectora y un padre -Francesc Orella- absorbido por su trabajo en el bufete de abogados que han heredado sus hermanos porque Diego se quedó a una asignatura de terminar la carrera de Derecho. Buscando no parecerse a ellos, sobrevive como community manager. Cris -Lorena López-, sin embargo, procede de una familia más modesta, con unos padres -Aten Soria y Fernando Sansegundo- que se han dejado la piel en el bar que regentaban para que a ella y a su hermana -Cristina Alcázar- no les faltase de nada. Aún hoy, ya jubilados, siguen sacrificándose por sus hijas y preguntándose, seguro, en muchas ocasiones, en qué momento dejaron el bar para convertirse en la guardería de sus nietos. Consciente de todo ese esfuerzo, Cris se dedica en cuerpo y alma a su trabajo como ingeniera de caminos.
Las escenas de esta ficción son tan reconocibles que muchos se sentirán interpelados. Y quizá el éxito se encuentre en que, en unos tiempos en los que la realidad supera a la ficción, lo que buscamos son ficciones que aparenten esa realidad que anhelamos.
¿Es ‘Custodia repartida’ una comedia? ¿Es un drama? Hay debate. De lo que no hay duda es de su espíritu luminoso, que divierte y emociona a partes iguales.
De todo ello he charlado con su director, Javier Fesser, y su protagonista, Lorena López.
Pregunta. Javier, es tu primera serie como director y el primer proyecto que diriges que no has escrito tú. ¿Le has cogido el gustillo a la experiencia?
Javier Fesser. Sí, sobre todo porque los guiones de ‘Custodia repartida’ son excelentes. Entonces, dedicar toda tu energía a que brille lo que está escrito sin preocuparte por si lo que está escrito es correcto o incorrecto es bastante placentero.
P. Además del hecho de que los guiones fueran excelentes, ¿qué te hizo querer dirigir la serie?
J.F.. Me llegó el proyecto muy en su origen, cuando había una primera versión de guion y me gustó mucho. Para mí, era una forma de contar cosas distintas, de salir de lo que suelo hacer y ponerme a disposición de las historias de otros. El planteamiento era muy apetecible porque era una historia muy humana, donde el único efecto especial que había eran las miradas, las emociones y el humor, que estaba claramente dibujado en ese proyecto con el que yo me identificaba muchísimo.
P. A ti, Lorena, ¿qué te enamoró del personaje de Cris y del proyecto?
Lorena López. Ya en el casting me di cuenta de que la manera en que estaba escrita la separata era maravillosa porque permitía imaginar todo el viaje del personaje. En un momento, veías toda la carga que tenían el personaje y la historia. Después, cuando me llegaron los guiones, vi que eran extraordinarios. Y lo primero de todo es que el director era Javi -Fesser- y eso es un regalo porque le sigo desde hace muchos años. Tenerlo como director era una motivación increíble.
Todo eso fue el motor para trabajar. Me gusta, además, que en la serie estén invertidos los roles que estamos acostumbrados a ver. Y el de Cris me parece un personaje muy interesante porque está luchando, constantemente, entre lo laboral y los cuidados, en esa línea en la que nos movemos todavía las mujeres. Ella siente que nunca está donde debería. Hay algo de no estar conforme con todo, de no poder alegrarte de las cosas buenas que te pasan en lo laboral porque sientes que algo no estás haciendo bien en lo personal y, en este caso, además, su pareja hace evidente que se está perdiendo cosas de su hija, entonces, ella lucha entre esa dualidad y eso me gusta. Y también que ellos son personas que se quieren mucho, que han sido un equipo.
J.F. Creo que lo que nos atrajo a los dos es que el proyecto estaba lleno de verdad. Leyéndolo, te lo crees todo, lo entiendes todo y solamente con una pequeña situación es muy fácil entender por qué el personaje dice lo que dice, comprendes que algo le duela, que le ilusione, que le haga dudar. Está todo construido con mucha verdad. Eso es lo más atractivo y lo más bonito de trabajar para ponerlo en escena, para pensar en el tono, en la fotografía, para vestir a los actores. Cuando hay verdad es todo más interesante y más fácil.
L.L. En cada personaje te ves reflejado en algún momento. La serie te hace de espejo y cosas de las que no eres consciente o no quieres ver, de repente, las ves ahí reflejadas y te provoca risa, pero también alguna lágrima. Es una serie muy profunda. Javi le ha dado mucha profundidad a la hora de rodarla, no ha pasado por las cosas por encima.
J.F. Los capítulos son de treinta minutos y, aunque parezca que todo va muy rápido y que estás caminando sobre la superficie, es fácil notar que por debajo se están contando cosas.
P. La serie trata sobre una pareja que se separa, pero, precisamente al hilo de esa separación, pone sobre la mesa muchos temas más que están de actualidad.
L.L. Eso la hace una serie muy veraz y muy actual porque habla de muchas cosas propias de nuestra generación: trabajos precarios, alquileres muy caros que te obligan a compartir piso con amigos o con tu pareja porque, hoy en día, con lo sueldos que hay, es imposible pagar un piso tú solo. Y si eres autónomo, como en el caso de Diego, lo difícil que lo tienes para conseguir una hipoteca, por ejemplo.
«Una separación es como una explosión y tiene una onda expansiva que provoca unas consecuencias que trastocan toda tu vida»
P. Los protagonistas, Cris y Diego, dicen: «nos separamos para seguir siendo amigos». ¿Es eso posible?
J.F. De eso trata la serie. ¿Es posible? Sí, es posible, pero no puedes hacer una elipsis y saltarte el duelo, que es lo que yo creo que Cris y Diego, al principio, pretenden. La separación es como una explosión y tiene una onda expansiva que provoca unas consecuencias que trastocan toda tu vida. A partir de ahí, tienes que rehacerla, tienes que reinventar un poco todo y es donde aparecen intereses encontrados de las dos personas y surge el roce y el conflicto. Lo bonito es ver cómo, a través del sentido común, se puede llegar a ser amigos, pero difícilmente se puede conseguir sin pasar ese duelo.
P. Y con hijos pequeños en común quizá sea más difícil aún, ¿no? Porque, en ese caso, estás condenado a seguir manteniendo contacto con la otra persona aunque no quieras.
J.F. Claro, en ese caso, no puedes coger esa distancia que en otra ruptura pondrías y que, con el tiempo, te permitiría recuperar la amistad. Si hay niños, es que al día siguiente tienes que estar solucionando temas muy concretos, logísticos, administrativos, de dinero, de tiempo.
P. Habladme del nombre de la serie: ‘Custodia repartida’, que no ‘custodia compartida’.
J.F. Es custodia repartida porque la custodia de la hija se acaba repartiendo entre toda la familia. La separación afecta a todos: familia, amigos, compañeros de trabajo.
L.L. Es la onda expansiva que decía Javier. La reacción en cadena afecta a todos los de alrededor. Y, de repente, aparece la esclavitud de los abuelos, los pobres que están jubilados y podrían estar disfrutando de la vida y ahora tienen que criar y educar otra vez.
J.F. Y para ellos su hijo o hija vuelve a ser una preocupación cuando ya no tocaba ese sentimiento, sino disfrutar de los hijos y nietos. De repente, les vuelve una responsabilidad que ya no tenían.
P. Con la separación, Cris y Diego vuelven a casa de sus respectivos padres. Al sentimiento de fracaso al que se enfrentan se une el hecho de que sus padres los sigan viendo como cuando eran adolescentes; sin embargo, ellos ya tienen cuarenta años y hasta una hija.
L.L. Sí, estás en casa de tus padres, eres madre, pero estás siendo hija también como cuando vivías allí.
J.F. A mí me recuerda a ‘Interestelar’. Son como universos paralelos. Es tu cuarto pero años después y tú eras hijo, pero ahora el hijo es tu hijo, los padres son los mismos, pero no es lo mismo. Y el sentimiento de fracaso yo creo que es importante contarlo. Por eso, en la serie aparece el personaje del que se ha separado y cree que separarse es lo mejor del mundo y, en realidad, es el personaje más triste y patético de la serie porque una separación es un fracaso y no hay que disimular. Tú tenías un proyecto y ese proyecto no ha funcionado, bueno, pues de ese fracaso aprenderás y llegarás a un sitio mejor, pero es un fracaso, no lo puedes vender de otra manera.
L.L. Tenemos muy estigmatizado el fracaso y no hay que verlo como algo negativo. El fracaso nos da la oportunidad de aprender de él y de empezar algo nuevo. Ensayo y error. Todas las cosas que nos pasan en la vida son para hacernos mejores personas. Es importante revisarse uno mismo. Cris y Diego hacen ese trabajo de revisión de sí mismos, de ver qué es responsabilidad de cada uno y qué es responsabilidad de los dos, que a veces, con el dolor, no lo puedes ver. Y eso es bonito.
«No deberíamos ver el fracaso como algo negativo porque nos da la oportunidad de aprender de él y de empezar algo nuevo»
P. ¿Pueden los nietos ser una oportunidad de redención para esas personas que no han estado muy presentes en la crianza de sus hijos, pero sí pueden estarlo en la de sus nietos?
J.F. En los padres de Diego se nota bastante eso. Y no hace falta ser ni siquiera abuelo. Hay personas a la que sus primeros hijos les pillaron con mucho trabajo y, años más tarde, tienen otros hijos con otra pareja y viven momentos que con los primeros la vida no les permitió. La vida te va dando oportunidades de hacer cosas que crees que nunca más vas a hacer.
P. Nuestros padres nos educan y nos enseñan. ¿También nosotros les enseñamos a ellos?
J.F. Aprender es una actitud y yo de nadie he aprendido más que de mis hijos. Mi primera película, ‘El milagro de P. Tinto’, viene de ese sentimiento de estar a punto de tener una hija y pensar qué le voy a enseñar, y el día que nace, le ves la cara y te das cuenta de que estabas preocupado por lo que le ibas a enseñar y la que viene a enseñar es ella.
L.L. Igual hay padres que no aceptan que sus hijos les pueden enseñar cosas, que se coloquen por encima de ellos todo el tiempo, pero me encanta lo que dice Javier. Es muy interesante aprender de las nuevas generaciones.
P. Otra cuestión que se muestra en la serie es la incomunicación en la pareja y en la familia. ¿Por qué, a veces, preferimos hablar a medias en lugar de decirnos las cosas de manera clara?
L.L. Cuesta mucho hablar de corazón. Yo me digo que es importante hablar las cosas para que no se enquisten, pero es difícil, cuando tienes un conflicto, ver cómo dices las cosas para que la otra persona las entienda y se pueda dialogar.
Admiro un montón a la gente que habla porque hablar de lo que a uno le pasa cuesta. En la serie, hay un momento del primer capítulo, en el que está Diego con su familia cenando y les reprocha que nadie le ha preguntado cómo está después de la separación. Hay que interesarse por lo que le pasa al otro, pero de verdad.
J.F. Yo por eso hago películas. En mi vida personal me cuesta mucho expresar lo que siento y con las películas puedes pensar qué decir. Y si hay algo que puede generar conflicto, pues le pones música. El cine te da esas herramientas.
Por otro lado, uno de los grandes aprendizajes que yo me llevé de las personas con discapacidad intelectual es que cuando te preguntan qué tal estás, de verdad quieren saber qué tal estás. Y, curiosamente, te preguntan justo cuando tienes algo aquí dentro que necesitas contar a alguien porque no estás bien. Te miran y hasta que no contestas no paran. En contraposición, están los que te preguntan y responden ellos mismos: «¿qué tal? Todo bien, ¿no?» y ya pasan a otro tema.
P. ¿Cómo fue el trabajo con los guionistas y con los actores?
J.F. Antes hablábamos de que buscábamos la verdad, que la gente se crea lo que ocurre en la serie porque son cosas que nos pasan a todos. En la puesta en escena, las actrices y los actores han jugado mucho con esa verdad. Ha habido un trabajo muy divertido de no cortarnos. Algo que me encanta de los protagonistas, Cris y Diego, es que son tan expresivos que, como espectador, lo que siento es que, de forma muy generosa, me están contando qué les pasa por dentro, no lo disimulan. No se tiende a un tono más natural y más sutil. Cuando hay que reír, reímos y cuando estamos tristes, lloramos.
L.L. Yo lo he sentido así también, como un espacio muy libre, de juego, de arriesgar, de no tener miedo y disfrutar. Este proceso es de los que más he disfrutado porque había confianza total. Javier transmite pasión y juego y eso está ahí reflejado. Íbamos todos hacia el mismo objetivo. No había jerarquías. A los guionistas los involucró desde el principio. Y también he pensado mucho en los cámaras. Creo que Javier fue muy estimulante para ellos. La cámara no estuvo en trípode nunca.
J.F. Es que es un trabajo en equipo. Yo tengo clarísimo que María y Juanjo -los guionistas- son los autores originales de la serie, pero yo también me siento muy autor y ellos también me sienten a mí muy autor de ella. Los tres hemos trabajado en equipo. Yo no he escrito ningún guion, pero he colaborado en todo el desarrollo de los guiones y he compartido mi trabajo de dirección con ellos en todo. Fueron los primeros a los que les consulté la elección del casting. Compartí con ellos todas mis sensaciones en los primeros encuentros, en los ensayos, en los que estuvieron siempre que pudieron. Todo fue creciendo en tiempo real. Hubo muchos momentos en los que yo les llamaba un minuto antes de rodar una toma porque, entre toma y toma, había tenido la sensación de que podía cambiar una cosa que tendría una consecuencia en otro lado y lo consultaba con ellos.
Lo que he querido ha sido disfrutar de compartir cosas que estábamos haciendo juntos, en absoluto vigilar el terreno de cada uno, que eso es un aburrimiento total. Con el tiempo, he notado que tengo seguridad en lo que hago, pero tengo seguridad también en los demás, no tengo ninguna intención de marcar cuál es mi territorio y me encanta que eso me pase. No siempre me ha pasado, pero ahora sí. Si alguien viene y aporta algo mejor que lo mío, eso es un regalo. Cuanto más involucres a las personas, mejor va a resultar todo.
Por otro lado, las cámaras han tenido una responsabilidad narrativa muy grande porque, en el momento en que hacen pequeños zooms y movimientos, están enfatizando la emoción o el gag. Yo no puedo en el rodaje decirles «ahora cierra, ahora abre». Ellos estaban muy involucrados. Creo que en todo trabajo hay un reto y que si ves que a tu alrededor se trabaja con exigencia, buscando lo mejor, también tú te sumas de forma natural a ese carro. Si vas un día a trabajar y vuelves a casa sin haber aprendido nada, ese es el día de jubilarte, ¿no? A mí nunca me ha pasado. ¿Para qué sales de casa si no vas a aprender nada?
P. ¿Y el trabajo con los niños? ¡Vaya dos terremotos los sobrinos de Cris!
J.F. A mí me encantan los niños traviesos, como ellos. Le dan vidilla y color al asunto.
L.L. Los abuelos no pueden más con ellos, pero dan un ambientillo a la serie increíble. El contrapunto es Cloe, la hija de Cris y Diego. Lucía, la niña que le da vida, es una actriz impresionante.
J.F. Lo bonito de trabajar con niños es que el resultado es poco predecible. Todo lo que sucede es una sorpresa muy grata. El actor que hace de sobrino aportó mucho. No puedo estar más agradecido.
Es curioso cómo cuando están tan bien descritos los personajes, luego, los ves ahí en la serie y dices «estos son tribu» y es algo que no tiene nada que ver con el parecido físico. Los abuelos, por ejemplo, representan dos conceptos de hogar diferentes. Digamos que uno es hogar y el otro es casa.
L.L. Me gusta mucho cuando hay conversaciones paralelas: de Cris con sus padres y de Diego con los suyos. Es genial ver las reacciones de unos y otros.
P. La banda sonora de la serie, al margen de las canciones que aparecen en ella, es de Rafa Arnau. ¿Cómo habéis trabajado la música? ¿Cuando estás rodando, Javier, ya te imaginas la música que va en cada secuencia?
J.F. A mí la música me ayuda mucho a trabajar. Cuando entré en el proyecto y se estaban desarrollando los guiones, les pedí a los guionistas que hicieran en Spotify una lista de canciones de Cris y Diego. En la primera versión de esa lista estaba ya, por ejemplo, la canción francesa que suena en varios momentos de la serie. Incluso cuando ensayábamos, yo la tenía en la cabeza y el final de cada capítulo yo ya lo veía antes de rodarlo.
El resto de la música está compuesta por Rafa Arnau. Desde que, en 2003, hicimos ‘Mortadelo y Filemón’, todo lo que he hecho, incluidos los trabajos de publicidad, ha sido con él. En Rafa he encontrado a la persona que es capaz de contar con la música lo que van contando las imágenes. Siempre trabajamos de la misma manera: antes de rodar, él ya está componiendo, de forma que cuando empezamos el rodaje, la sinfonía, aunque luego se ajuste, ya existe. Y esa sinfonía a mí me da pistas, me ayuda a entender el ritmo, el color de las cosas, el tono. La música es capaz de transmitir tanto...
Una de las cosas que más me gusta hacer en montaje es coger una secuencia que creo que debe tener música y empezar a probar músicas diferentes de archivo. A veces, con una música, una secuencia dice una cosa y con otra dice justo lo contrario. Cambia el sentido, la emoción. Hay mucha responsabilidad al elegir la música porque la música manipula, pero también te ayuda a crear una emoción, una atmósfera. Musicalmente, no soy ningún experto y eso también me permite, por ejemplo, meter una canción tirolesa en una conversación entre padre e hijo.
En la serie, la música no disimula nada, entra cuando tiene que entrar y tiene su presencia, pero acompaña y realza todo lo demás, no compite con ello.
L.L. Es muy interesante cómo con los mismos acordes puedes apoyar momentos tan diferentes. La misma melodía va transitando de algo con más peso a algo más divertido y viceversa.
P. Al final de los capítulos, se rompe la cuarta pared con una mirada de uno de los personajes a cámara. ¿Qué buscabais con ello?
J.F. Es una forma de expresar nuestra intención de hacer una serie cercana que te habla directamente, que no viene a darte ningún espectáculo para asombrarte, sino que te habla de tú a tú. Y es también una forma de que el protagonista, al que estás siguiendo y con el que estás viviendo todo, también te mire a ti y te diga «también yo sé que tú estás ahí». Se genera una complicidad.
Cuando la mirada es la de Diego, la complicidad es más directa porque él es un tío más básico y cuando es de Cris, es una mirada con más lecturas porque el personaje es más complejo, tiene más secreto dentro. La mirada del primer capítulo es la que menos te esperas y la segunda tiene misterio.
L.L. Es una manera de decir «igual a ti esto también te ha pasado».
P. ¿Cómo se consigue que una historia en la que hay drama, sea tan reconfortante?
J.F. Todos los ingredientes que hemos comentado hacen que sea una serie positiva.
L.L. Sí. Es una serie que tiene esa parte de ternura que te abraza un poquito el corazón.
«Ver la cara más luminosa y positiva de las cosas me parece más interesante que la parte oscura»
P. Javier, ¿cómo haces para poner tanta luz en cada trabajo que haces? ¿De dónde sacas ese entusiasmo que te caracteriza?
J.F. A mí me atrae mucho la gente buena. Ver la cara más luminosa y positiva de las cosas me parece más interesante que la parte oscura, que también existe.
Cuando te esfuerzas por entender los motivos que tienen todos los personajes, afloran los motivos que más se identifican contigo. Al final, aunque estés describiendo a alguien que pienses que es lamentable, en el fondo, también entiendes que es una persona como tú que, quizá, se está equivocando en la manera de encontrar lo que quiere o no sabe cómo hacerlo, pero, al final, no creo que haya nadie que no busque lo mismo que yo, que es estar a gusto, que los demás te acepten, que cuenten contigo, que te quieran, que aprendas cosas.
P. Se trata, quizá, de no juzgar a los personajes, ¿no?
L.L. Sí. Así, vas empatizando con ellos. No es que uno lo haya hecho bien y el otro mal, no es blanco o negro, hay grises. La serie no te dice cómo son las cosas, te hace pensar y también te muestra que cada uno lo hace como puede y que, aun con buena intención, puedes meter la pata y decir cosas que no querías decir. A Cris y Diego les acabas cogiendo cariño y deseas que les vaya bien.
J.F. Lo que has dicho es la clave: no juzgar. Es exactamente eso. A los personajes les pasan cosas, vamos a dejar que se expresen y nos lo cuenten ellos, no vamos a juzgarles nosotros. Esto lo tengo también muy presente desde un punto de vista narrativo, de la realización, para que las cámaras estén, simplemente, documentando lo que pasa. Como realizador trato de no enfatizar nada con la óptica, con los ángulos o con el montaje. Es muy fácil, desde la realización, ridiculizar, ensalzar o subrayar algo y en esta serie, dentro de la objetividad a la que se puede llegar, que no es la máxima, ni los guiones ni la puesta en escena tratan de juzgar a nadie. Por eso, en ‘Custodia repartida’, el deseo del espectador hacia estas dos personas que se han separado no es que vuelvan a estar juntas, es que vuelvan a estar bien, juntas o separadas.
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