Entrevista | Helena Taberna, María Vázquez y Pablo Molinero «El cine y la literatura son una adaptación de la vida»



Dice la escritora Rosa Montero que el amor consiste en encontrar a alguien con quien compartir tus rarezas. Aun así, aunque lo encuentres, parece que lo más probable es que ese amor se acabe.
Hoy, 28 de febrero, llega a los cines ‘Nosotros’, el último largometraje de la cineasta Helena Taberna. El filme, que es una adaptación de la novela ‘Feliz final’ de Isaac Rosa, reconstruye la historia de amor de Ángela -María Vázquez- y Antonio -Pablo Molinero-. Y lo hace desde su final porque Ángela, profesora de historia, y Antonio, escritor, son, o más bien, eran una pareja que, como tantas, se enamoró, vivió una ilusión, tuvo hijos, se esforzó para no rendirse, cayó varias veces y la última ya no pudo levantarse.
De las luces y sombras del amor, de su evolución, del desamor, de los roles que adoptamos en el seno de la familia, de nuestro carácter mutable y de los entresijos de la propia película he tenido el placer de charlar, entre otras muchas cuestiones, con su directora, Helena Taberna, y sus protagonistas, María Vázquez y Pablo Molinero.
Pregunta. Helena, ¿cómo surgió la idea de adaptar la novela ‘Feliz final’ de Isaac Rosa? ¿Cómo fue el proceso de adaptación?
Helena Taberna. No fue sencillo, pero sí apasionante. Yo tenía muchas ganas de entrar a fondo en el tema del amor y el desamor y de ver las diferencias entre la manera de amar actual y la de otros tiempos.
La novela me impactó muchísimo y me interesó porque hablaba de todos los aspectos que, generalmente, no suele tocar el cine, que o bien narra la parte del amor romántico o el mundo bergmaniano, más profundo, pero unidireccional, y yo creo que la vida y los amores pasan por luces y por sombras. A través del recuerdo, encontré una estructura que le iba bien a la película, alternando esas luces y sombras de la vida en pareja y el deterioro que el paso del tiempo genera en la convivencia. Partí de esa estructura y lo llevé a mi terreno porque, en mi opinión, las adaptaciones fieles son, generalmente, muy malas películas. Además, no tiene sentido hacer lo mismo que en el libro. En el cine, como hay otro lenguaje, hay también otras necesidades narrativas.
Tuve suerte porque a Isaac [Rosa] le ha entusiasmado la película. Dice que el hecho de que una novela suya haya servido para que se fije en ella otro creador de otra disciplina es un lujo. En el marco de la promoción, estamos haciendo algunos encuentros de diálogos de cine y literatura muy interesantes. Somos un tándem perfecto. En estos tiempos de urgencia, unir fuerzas para que la cultura se vaya reforzando es algo muy bonito.
Si una película tiene fuerza y emoción, te llega. Abre puertas al conocimiento y hace que quieras ahondar, después, en el tema del que trata. Que la película no se acabe en la sala para mí es un regalo porque ese ejercicio reflexivo al que te lleva te hace entrar en un sitio apasionante.
Hay una opinión generalizada de que el cine reflexivo no se venda como tal que yo no comparto. Lo profundo no tiene por qué ser aburrido, al contrario. Yo quería que el espectador entrase en esta película desde su propia experiencia porque todos los humanos hemos pasado por algo de lo que se cuenta en ella. Y, para eso, he procurado que tuviese vida y verdad.
Me he dado cuenta también de que, en realidad, todo es una adaptación. Cuando haces cine, estás adaptando, ya sea la vida, una biografía que te ha apasionado, una historia que te han contado o un libro. El cine y la literatura son una adaptación de la vida, de las experiencias humanas.
P. María, Pablo, ¿cómo llegó a vosotros este proyecto y qué os atrajo para sumaros a él?
María Vázquez. Creo que el proyecto me eligió a mí. Yo estaba embarcada en otras cosas y me llegó. Había leído la novela ya y me había fascinado. Me interesaba mucho que la historia empezase por el final y también el hecho de cuestionarnos cómo nos relacionamos y cómo idealizamos el amor, esa idea de que si el amor no es como uno espera, nada vale, de cómo a veces lo estropeamos todo cuando sí que hay marcha atrás. Me interesaban las maneras de relacionarnos en pareja, de romper en pareja, cómo pesa mucho más el final que todo lo que hemos vivido juntos, las culpas, lo que puedes perdonar y lo que no, los pactos. Y también cómo eso está cambiando.
Son temas que, por mi edad, me interesan. Veo muchas parejas que se rompen a mi alrededor porque cuando llegas a mediana edad, haces balance de lo que quieres, lo que no, lo que ya no aguantas, y te das cuenta de que todos somos un poco tópicos, supongo que porque tenemos una manera de relacionarnos que tiene mucho que ver con el imaginario, con las películas, que hacen más daño de lo que pensamos. Me gusta escuchar a la gente joven, que tiene otras maneras de relacionarse.
Uno recuerda lo que quiere y lo idealiza también y parece que lo cotidiano es horrible y, al final, es que es la base de la relación y de la convivencia.
Pablo Molinero. A mí el proyecto me llegó a través de un casting, que fue más largo de lo habitual. El de la película es un temazo y es el temazo de la gente que llevamos tiempo en pareja. Es un misterio esto del tiempo y del amor, que cambia porque cambiamos nosotros como personas.
Contar una separación es algo que ya se ha hecho muchas veces, pero veíamos que podíamos transmitir que, quizá, ahora nos separamos de manera diferente. Antes, había siempre abogados de por medio y el hecho de separarse era un fracaso. Ahora, está más presente la sensación de aceptar lo que es, que hemos cambiado, que cada uno necesita otras cosas, en otros momentos, y eso no invalida todo lo que ha pasado anteriormente, todo el amor que ha habido ahí y tampoco tiene por qué llevarte a odiar a la otra persona, sino a amarla de manera diferente. Se trata de reconocer lo que ha pasado y no verlo como un fracaso, sino entendiendo que la vida es movimiento. Intentar conservar las cosas, las estructuras, las relaciones quizá es algo un poco más conservador y que hoy vemos que no funciona. O revisas tus condiciones de relación y se actualizan y van bien o cambian y no pasa nada, es parte de la vida.
«El amor existe, sí, pero muchas veces, casi siempre, se acaba y no hay culpables en ese final»
P. ¿Qué concepción creéis que tenemos hoy en día del amor? ¿Podemos querernos bien en una sociedad en la que no tenemos tiempo para nada?
H.T. Creo que podemos querernos mejor. Sigue ahí el mito del amor romántico porque, de repente, te ves esperando al príncipe con el corcel blanco; sin embargo, hay que ser conscientes de que el amor existe, sí, pero muchas veces, casi siempre, se acaba y no hay culpables en ese final. Es la tesis que defiende la película. Desde ahí, deja cierta luz.
El final del amor nos pilla a los amantes con sorpresa y nos deja con dolor porque habíamos pensado que nosotros sí que nos íbamos a librar de ese final, que, de alguna manera, íbamos a ser la excepción que confirma la regla.
A mucha gente, cuando hay una separación, le cambia el rictus porque se ha llenado de rencor y le echan la culpa al otro de lo que ha pasado. No se dan cuenta de que el otro estaba ya en otro mundo. Puedes actuar así o de manera más sabia, que es aceptando la fugacidad de las cosas y celebrando el milagro porque si has tenido la suerte de haberte enamorado y haber vivido esa relación, eso es un regalo que te llevas.
Hay que ir asumiendo que, tal y como está la vida, y dada la propia fragilidad humana, ha cambiado el concepto del amor. La previsión es de dos o tres de relaciones sentimentales a lo largo de la biografía de las personas. Si la cosa va a ir por ahí, más vale que ese tiempo que nos toca vivir juntos sea de armonía. No nos han contado nunca que la pareja es un esfuerzo. Es un trabajo. Hay que trabajarla, quizá, más que otras cosas.
M.V. Está difícil, pero también porque está difícil quererse a uno mismo. Si no tenemos tiempo de querernos y cuidarnos nosotros mismos, de ver qué necesitamos y qué nos pasa, como para querer al resto. Además, se ha perdido la comunidad, se tiende a ir cada uno a lo suyo, a buscarse la vida como puede, en las grandes ciudades más todavía, y es que uno solo no puede llegar a todo, necesita la comunidad que le apoye, que le ayude a cuidarse y a cuidar de su familia. Es curioso porque parece, por un lado, que hemos aprendido a poner más límites, pero, por otro, no nos queremos bien. Hemos normalizado esta autosuficiencia, que es mentira. Yo vivo en un pueblo y noto mucho la diferencia. A veces, te emocionas con que todo el mundo te ayude, con todas las cosas que tienen los pueblos, ¿eh?, que tampoco hay que idealizar nada. Pero es mucho más fácil la vida, hay mucha más comunidad; en la ciudad no pasa.
P.M. Bueno, yo creo que lo de amar es algo intrínseco al ser humano, lo llevamos en el ADN. Amar y cuidar son cosas que no nos las puede quitar nadie, pero es verdad que esta sociedad de la prisa y del individualismo nos quita tiempo de calidad con nosotros mismos, con nuestros amigos, con nuestra familia y con la pareja. Hay poca introspección. Esta sociedad no nos permite hablar de cómo nos va, de lo que uno necesita, que son diálogos que necesitan tiempo. Afecta el ritmo que estamos creando, sí. Nos lleva a un desastre a nivel existencial.
P. El personaje que interpreta María dice “nosotros queríamos un amor del otro”. Y el de Pablo, “nosotros podríamos envejecer juntos, como hacen los miles de parejas que nos rodean”. ¿Tendemos a idealizar las relaciones?
H.T. A idealizar y a tener un miedo tan atroz que no nos atrevemos a dar el paso de decir esto se ha acabado y nos tenemos que separar. A mí, la secuencia final me parece muy emocionante porque se nota que entre ellos hay ternura, amor y reconocen la propia fragilidad, que no es fácil.
Me parece tremenda la banalización que se hace cuando algunas personas rompen con una pareja y enseguida aparecen con otra. Como si se pudiera. Qué más quisieras que no pasar dolor, pero si has amado, tienes que sufrir.
P.M. Yo me reconozco en las mismas crisis y dudas que los personajes. ¿Qué quiere decir “yo quería un amor del otro”, que lo estoy idealizando?
Nuestra manera de relacionarnos en pareja, heredada, siempre ha sido de aguantar, pero tampoco es eso. Quizá no es positivo buscar un amor que nos han vendido con el cine o con lo platónico.
En la actualidad, se están replanteando muchas cosas. ¿Cómo no va a estar la pareja en tela de juicio? Ahora, hay mucha gente que se organiza de otras formas, relaciones más abiertas, por ejemplo. Cada uno buscará su manera y, como somos química, el experimento no siempre saldrá igual. No hay una fórmula, lo que a mí me puede venir bien, igual a ti no. Ese es el misterio. Por eso seguimos haciendo películas de amor porque no hay una respuesta. La respuesta dependerá del caso. Es una cuestión de químicas, una combinación delicada y frágil para la que no hay una solución global.
Llega un momento en la vida en que te planteas si estás bien o no, si lo que estás atravesando es una crisis de la edad o de la pareja, te preguntas qué quieres, qué necesitas. Hay que tener libertad para hacerlo, pero también valor porque cambiar toda una dinámica familiar y social no es fácil. Intervienen factores como la culpa o lo económico.
Antes, la gente aguantaba por sus hijos y son decisiones validas, pero, quizá, hoy es otra la herencia emocional que creemos que les tenemos que dar a nuestros hijos. Uno tiene que estar bien y si no está bien de una determinada manera, tiene que cambiarla, pero es harto complicado, sobre todo, cuando hay niños de por medio. Y eso que los niños ahora están más acostumbrados a la separación de los padres de lo que lo estábamos los de mi generación.
Me hablaba hace poco una amiga de un libro sobre el legado de la separación. Se ve que se hizo un estudio con niños de padres separados y niños con padres no separados hasta que cumplieron treinta años. Pues los autores se dieron cuenta de que el estudio tenía que continuar una vez cumplidos los treinta porque la influencia de la separación o no de los padres no afectaba tanto a cómo habían vivido la infancia y la juventud, sino que tenía más impacto en cómo, llegados a la edad adulta, empezaban ellos a establecer relaciones sentimentales con otras personas.
Tú, como padre, intentas hacerlo bien, pero hay algo que no depende de ti, que se te escapa. Quiero pensar que lo hacemos mejor ahora porque intentamos siempre separarnos bien, pero es verdad que hay unas consecuencias que más adelante repercutirán a nuestros hijos.
«Seguimos haciendo películas de amor porque no existe una fórmula para la pareja»
P. Parece que los adultos no siempre somos conscientes de cómo afecta la separación a los hijos. En la película, hay una escena en la que el personaje de Pablo le dice a su hijo mayor que la separación es una cosa de adultos.
H.T. Y qué bien responde el chaval. Ya en los ensayos estuvo muy creativo. Me encantó porque le dio un matiz al personaje que yo no había yo previsto. El padre va ya a tiro hecho, la decisión ya está tomada, va a contárselo al hijo como una pura formalidad y el hijo le pone delante una situación que él no había previsto.
Esas cosas se van viendo con las nuevas familias, que aparecen también reflejadas en la película, esos espejos múltiples que hay a lo largo de la película, que yo he pretendido que tuviesen tantas capas como tiene la propia vida.
Uno de esos espejos de la película, de esas rimas, como las llama Isaac, es que he hecho guiños a la película ‘Viaggio in Italia’. A Rosellini siempre le gustó la verdad, hizo cine documental también, y yo tenía ganas de hacerle un homenaje.
Hay una secuencia en la que los personajes van a una exposición y vemos a Ingrid Bergman en una foto, que a mí me enamoró. A su lado, hay una especie de virgen. Y, mientras preparábamos la exposición, descubrimos que la imagen de Rosellini corresponde al éxtasis de Santa Teresa, la obra de Bernini. Ese plano de la película es el mismo plano de Rosellini. El caso es que yo me inspiro en el plano de Ingrid y veo que, en ese plano de Ingrid, Rosellini se había inspirado en la obra de Bernini. Los procesos de creación son paralelos y puertas que se abren en un tiempo. En la secuencia, por ejemplo, de la memoria histórica, el anillo que aparece lo elegí porque en ‘Viaggio in Italia’ hay una secuencia en la que la pareja descubre unas ruinas en las que hay una pareja de amantes muertos juntos. Esa imagen les remueve a ellos como pareja. El guiño mío era coger el anillo, que hablaba de la muerte y del amor. Aunque no se perciba porque es muy sutil, ahí está.
M.V. La escena del padre y el hijo es preciosa. A veces, por querer proteger a los hijos, los fastidiamos más. Queremos mantenerlos al margen y no podemos. No hay que mezclarlos en las peleas, pero hay que ser conscientes de que forman parte de ese núcleo familiar que va a cambiar. Y no tendría por qué ser peor ese cambio. Supuestamente, se hace para que sea mejor la cosa, en el sentido de que no podemos convivir, pero seguiremos siendo una familia; sin embargo, cuesta muchísimo y, al final, los hijos siempre son unos daños colaterales terribles. Esto también habría que cuestionárselo.
A los hijos hay que explicarles bien la separación porque pierden muchas cosas y la familia cambia, claro, y hay épocas en que los padres están enfadados y no es posible juntarse para hacer planes. Evidentemente, el lenguaje lo tienes que cambiar para que lo entiendan, pero no se les puede no hacer partícipes de cosas que les van a afectar en su día a día.
P.M. El hijo desmonta al padre, que va todo ufano a invitarlo a una hamburguesa. Le dice he pasado por esto ya una vez, lo he superado, quiero a la persona que tú elegiste como pareja después de mamá y, ahora, dejas de quererla y te crees que eso en mí no va a causar nada.
Hoy en día, que estamos probando otros modelos, que alguien que ya tenga un hijo de otra relación se junte con otra persona y tengan un hijo en común y, después, se separen, es posible. Y a un niño le puede afectar mucho, claro.
Hacia el final de la película, cuando van a la playa, hay una escena, que Helena ha recortado, pero en la que se decían cosas muy bonitas como que si volvieran atrás, se volverían a enamorar. Ninguno de los dos se arrepiente y eso es importante porque, de alguna manera, honra lo que ha habido entre ellos. No es eso de ojalá no te hubiera conocido nunca. Se trata de verlo desde otro lugar, que creo que es lo único que podemos aportar al contar una separación, que se han contado ya muchas.
P. Isaac Rosa dice en la novela que una separación es, sobre todo, la pérdida de un relato común. Una separación supone perder no sólo a una persona, sino también momentos que no se volverán a vivir, sitios a los que no se volverá a ir, amigos que tomarán partido por la otra parte, ¿no?
H.T. Y es también el cierre de una intimidad más grande que en ningún otro caso.
M.V. Es muy difícil no tomar partido y esto también es algo que deberíamos revisar. Es inevitable, yo también lo he hecho. A veces, uno se pone incondicional con la persona más cercana y se pierde el relato de la otra parte. Lo bonito de la novela es que está el relato de ambas partes. En la película también, pero en la novela es más claro. Cada uno se hace su relato. ¿Cuál es el real? Pues a saber, quizá una mezcla de los dos. Es que uno también se autoengaña tanto… Te llegas a creer tanto ciertas cosas que es muy difícil ser neutral y, desde fuera, parece todo más fácil, pero tampoco lo es. Entonces, es verdad que en una separación, por desgracia, pierdes muchas cosas, sobre todo, por no poder llegar a un relato común. Esto habría que intentar cambiarlo. Y también el tema de las lealtades, eso de estás conmigo o contra mí. Creo que el futuro debería tender más a la empatía, a ponerte en el lugar del otro y hacer un relato más común de todos con todos; sin embargo, cada día estamos más polarizados. Por eso, hay que tender a encontrarse más con el otro.
«No nos enseñan a vivir en el conflicto ni a manejarnos en las emociones»
P. La película muestra cómo dos personas que se han querido tanto se convierten, prácticamente, en desconocidas. ¿Llegamos a conocer a las personas que tenemos al lado?
H.T. Me temo que quedan bastantes reductos por conocer porque las personas somos distintas en cada momento de nuestra vida, en función de cómo estemos o de lo que nos esté pasando. Los seres humanos no somos algo fijo y permanente.
Y también creo que hay una entrega mayor de la mujer ante el amor. En ‘Estudios sobre el amor’, dice Ortega y Gasset que todo hombre sensible se siente inferior, pequeño, ante la capacidad amorosa de la mujer. El nivel de exigencia es mayor y el castigo cuando el amor no es correspondido también. En la película, María, con su interpretación, sí que transmite en esos silencios ese anhelo de amor. Es ella la que mueve toda la relación. Él está enamorado de esa fe tan ciega que tiene ella en que hay amores que, aunque se hayan probado, existen. Y todo eso contribuye a darle verdad a la película.
M.V. Yo creo que no nos llegamos a conocer a nosotros mismos. Efectivamente, uno es diferente según la situación, entonces, como no estés por la labor de entender al otro, no lo conoces.
A veces, alguien se sorprende de que reacciones de una determinada manera ante una situación, pero igual es que nunca nos habíamos visto en esta situación y en esta situación yo reacciono así. Y hay que intentar entenderse uno mismo y entender al otro, siempre y cuando el daño no sea irreparable.
Muchas veces, ves que las cosas tendrían solución sólo con no seguir ahondando en la herida, sino intentando entenderse, pero, a veces, como no somos capaces de separarnos porque nos duele mucho, hurgamos ahí hasta que vemos al otro como un monstruo para poder irnos a gusto. Eso es terrible, es mucho más doloroso, pero es que no nos enseñan a vivir en el conflicto ni a manejarnos en las emociones. Ahora empieza a hablarse más de la terapia y creo que todos la necesitamos para conocernos, para empatizar con nosotros mismos y con el otro, para perdonarnos.
En esta película, lo pasé mal durante el rodaje porque lo relativo a las relaciones y a lo amoroso mueve muchísimo desde dentro y me entró mucho miedo a separarme. Coincidió que rodamos en Bilbao y todo lo magnificas más estando fuera de casa. Además, leía muchas novelas relacionadas con el tema, como ‘Marifiori’, de Manuel Jabois, y me daba cuenta de que las rupturas se producen, a veces, por chorradas que se magnifican y, de repente, una discusión tonta te parece el fin del mundo.
Muchas veces, las cosas tendrían fácil solución si se hablasen con tranquilidad, pero no somos claros. Todos venimos de un sitio que marca mucho, de las relaciones de nuestros padres y abuelos. Todo pesa. Ocurría en ‘Los pequeños amores’, la película de Celia Rico, en la que la hija cree que debería decirle a la madre que la quiere, pero hay algo dentro de ella que se lo impide y, cada vez que se quiere acercar es peor, y la madre la araña y ella se cierra más. Con la pareja es lo mismo. Es muy fácil entrar en paranoia.
A nivel interpretativo, no fue el mayor reto que me he encontrado, pero como reto en general, sí. Fue un reto personal y profesional. Entrar y salir del personaje fue un aprendizaje. Tenía que hacer un trabajo para despojarme del personaje porque si no, estaba en casa, en Bilbao, pensando que era el fin de mi vida. Después, fue muy bonito el crecimiento común con mi familia. Y como actriz, con Pablo, vi cómo superar conflictos, que, en otro momento de mi vida, igual me habrían llevado a pensar que nos llevábamos mal; sin embargo, aquí, vi que tenían que ver con la película y que, después, podíamos echarnos unas risas los dos. Generamos una relación muy bonita y sana de poder hablar las cosas que nuestros personajes no podían hablar en la película. Veíamos cómo esa pareja que interpretábamos se destruía porque no hablaba y Pablo y yo éramos capaces de hablar muchas cosas. Eso fue muy bonito.
P.M. Yo creo que sí conocemos a las personas, pero las personas cambiamos, no somos las mismas ahora que hace veinte años. En una pareja, intentar recuperar lo que tenías hace veinte años no tienen ningún sentido porque tú no eres esa persona de hace veinte años y la persona que tienes delante tampoco.
Quizá creemos que no conocemos al otro porque esa persona ha cambiado, ha tenido un hijo, le han pasado cosas en su vida, se ha sentido sola, lo que sea. Realmente sí que conocemos a la persona que tenemos delante; si no, no nos meteríamos en un proyecto así con ella, pero dejamos de sentir ese interés, creemos que ya sabemos como es, dejamos de redescubrirla y no vemos cómo va cambiando, igual que cambias tú. Esa sí que es una asignatura pendiente en la pareja. Creemos que va a ser igual para toda la vida y no nos dejamos la libertad de cambiar allí dentro. ¿Y qué pasa cuando aparece una nueva persona? Que tú puedes presentarte de manera diferente a como se supone que eres según tus amigos o tus padres. Tú eres una persona diferente a la de hace veinte años y a esa nueva persona te presentas de otra manera y, entonces, tienes una relación con otra persona desde otro lugar, cosa que no nos permitimos en la pareja. No le damos al otro la libertad de que se reinvente, de que vaya sanándose como persona y nosotros queriendo a esa nueva persona.
P. ¿Cómo preparasteis los personajes?
H.T. A mí me encanta el trabajo con los actores. Siempre he tenido mucho respeto y mucha admiración por su trabajo porque son los transmisores de la historia y los que más verdad o no pueden darle.
Lo primero, fue la idoneidad física porque todo es importante. Cada historia necesita un tipo de personajes y también eso va con un físico determinado y un vestuario. También la casa tiene que tener unas condiciones. La suerte es que pudimos ensayar en la casa en la que iban a vivir. Era importante generar la sensación de que el espacio te pertenece. Por ejemplo, que sientas que el grifo de la cocina se ha abierto mil veces, que en la silla en la que se sientan se han sentado otras tantas. Si no cuidas esas cosas, se nota y la gente no entra tanto en la película.
En los ensayos, los actores eligieron las zonas de la casa en las que se encontraban más cómodos, hicieron ejercicios de interpretación, yo les dejaba ratos solos para que fueran hurgando y creando esa relación. También nos llevaron a la casa rural donde luego rodamos y allí estuvimos probando cosas.
Una vez que los personajes estaban bien interiorizados, rodamos. Rodé partes muy trabajadas con estructura más cerrada de guion y, luego, hice bastantes secuencias improvisadas, asumiendo ese riesgo porque creía que le iba a dar vitalidad, como así ha sido.
M.V. Ensayamos muchísimo, pero, como a Helena le encanta improvisar, a veces, lo que rodábamos no tenía nada que ver con lo que habíamos ensayado. Y ahí reconozco que me descolocaba mucho porque a mí me encanta improvisar, pero como habíamos ensayado tanto… Acabamos Pablo y yo, que nos adoramos, pero que parecía ‘Matromoniadas’. Nos peleábamos ensayando, parecía que la película nos estaba traspasando. Yo siempre he tenido muy claro lo que es la ficción y la realidad y en esta película se traspasaron los límites de todo. Creo que tuvo mucho que ver con ensayar mucho una cosa y luego empezar a improvisar y que pasasen otras. Todo el rato estaba el filo del abismo que, por un lado, como actriz, es maravilloso, pero, por otro, me hizo pasar mucho miedo.
P.M. Es verdad que, al tener el piso, hicimos ejercicios de estar conviviendo allí, de estar también componiendo a nivel espacial, visual. El reto, para mí, fue triple. Con María, intentar establecer vínculos y generar la confianza que, luego, se tenía que dar en la pantalla. Elaboramos nuestra lista de música, nos íbamos a cenar, nos llamábamos aunque estuviéramos cada uno de vacaciones con nuestras familias. A nivel personal, se trataba de un personaje muy mental, muy estructurado, y, quizá, yo también tengo esa parte controladora, pero, a veces, me pierde el corazón. El personaje de María es el que aporta un poco más la salsa a la relación. El mío era alguien que reconocía en mí, pero que no era yo en mi esencia. Y, por último, yo tengo niños pequeños y mi personaje tiene un hijo adolescente, lo que implica otra manera de relacionarte, con otros diálogos, era una cosa que había que trabajar.
P. Entrevisté a Celia Rico, en relación con su película ‘Los pequeños amores’, precisamente, y me contó que le gusta mucho filmar dentro de las casas porque, cuando estamos dentro de una casa, ocupamos inevitablemente un rol. Igual que a nuestros padres los vemos como tales y nos cuesta verlos más allá del rol de padres, ¿es posible que, al cabo del tiempo, veamos a nuestra pareja sólo en ese rol, que nos olvidemos de la persona que es?
M.V. No lo había pensado, pero es verdad. Está muy bien hacer cosas de pareja o tener el rol de familia, pero uno tiene que deconstruirse un poco para ver más allá y poder hacer otras cosas que no sólo sean de pareja. No es sencillo porque tiene que ver con roles que has visto en tu propia familia y que vuelves a reproducir cuando empiezas a convivir con alguien. Deberíamos verlo como una oportunidad de crecimiento para desprendernos de ciertas cosas y porque en la convivencia es cuando uno crece como persona. El autoconocimiento es duro porque supone verse y reconocerse en ciertos aspectos que no nos gustan. En la convivencia, ves muchas cosas que no te gustan del otro y que no te gustan de ti y habría que ahondar en el porqué, en lugar de culpabilizar al otro o a uno mismo.
Y es en esa convivencia donde adquieres un rol. Cuando vives fuera y vuelves a casa de tus padres, parece que se para el tiempo, siempre te van a ver igual. Yo soy la pequeña y tendré ochenta años y me seguirán viendo como la niña pequeña, cuando soy una adulta y tengo dos hijos. Es muy difícil cambiar esos roles, aunque deberíamos intentarlo.
Hay que generar siempre relaciones de igualdad para estar más sanos y relacionarnos mejor. Cuando alguien tiene una relación de poder sobre ti, no te atreves a decir las cosas y empiezan ahí los problemas. Esto me pasa mucho en el trabajo, donde hay relaciones de poder inconscientes: los directores ejercen un poder sin querer, ciertos jefes de equipo o producción. Yo quiero trabajar en equipos donde se generen relaciones lo más igualitarias posible. Y cuesta porque normalizamos ciertos comportamientos. Por ejemplo, entre los actores, que uno tenga un camerino más grande que otro genera una relación de poder. Y hay que estar atento porque si no, es muy difícil trabajar a gusto y bien. Tengo compañeros que luchan por la igualdad y por los derechos de los demás, pero no se dan cuenta de que ejercen poder sobre los demás en su trabajo porque ya lo tiene normalizado. No pueden ocurrir cosas como que alguien de vestuario le dé las gracias a un actor por colgar la ropa.
P.M. Hay muchas parejas que van a tener un hijo y dicen a nosotros no nos pasará el tren de la paternidad por encima, nos daremos nuestro tiempo, y, luego, les arrollan todos los vagones. Es muy difícil abstraerse del rol que tienes. Y esto ocurre también con la pareja. Si se tienen hijos, ocupa tanto foco la paternidad/maternidad que es difícil tener otro tipo de diálogo, darse otros espacios, todo gira en torno a ellos.
Cuando decimos que alguien queremos que sea el padre o la madre de nuestros hijos, ahí hay una mirada sesgada porque siempre vas a ver a esa persona en ese rol. Siempre hablarás con ella desde ahí, entonces, ¿qué relación vas a tener a nivel personal, de amistad, de amor? ¿Qué margen le vas a dar para que cambie y nos aceptemos y comuniquemos desde otro sitio? Es un rol que se nos apodera el de la familia.
P. Helena, has dirigido muchos documentales e historias muy pegadas a la realidad. ¿Es, quizá, esta película el trabajo de mayor ficción que has hecho?
H.T. O el más real, ¿eh? He hecho mucho documental, pero aun cuando hago documental estoy haciendo cine. Hay historias que piden ese género. Por ejemplo, ‘Nagore’, podía haber sido una miniserie, pero creí que lo mejor que podía hacer era el formato documental. ¿Qué ventaja o qué inconveniente tiene? No sé. Siempre he intentado que el tema de la película nos permita reflexionar sobre algo que me importa a mí y que es de interés social, que la película, mientras la hago, me obligue a repensar y profundizar en el tema y, luego, facilitar a los espectadores ese camino en el que yo he disfrutado mucho. El secreto está en la búsqueda de eso que no acabamos de comprender.
También me gusta rodar secuencias de acción, pero lo importante es que lo que se haga tenga un sentido real.
«Con este trabajo, tan inestable y que da tanto vértigo, es importante tener anclajes y raíces fuertes que te sostengan»
P. María, Pablo, ¿qué es lo más importante que os ha dado vuestro oficio?
M.V. Que me ha abierto mucho la mente. Me ha hecho trabajarme mucho como persona y me ha ayudado a conocerme, a evolucionar, a empatizar, a darme cuenta de que era mucho más machista, racista y clasista de lo que creía. Y esto lo agradezco mucho. Al final, lo personal es mucho más importante. Esto también me lo ha dado mi profesión: darme cuenta de que me encanta mi trabajo, pero que me gusta mucho más mi vida.
Al final, lo que te da realidad, lo que te sostiene es lo que tengas alrededor en tu familia, en tu núcleo. O, por lo menos, a mí eso es lo que me da. Con este trabajo, que es tan inestable, que da tanto vértigo, en el que hoy estás arriba, mañana abajo, hoy alguien te quiere y mañana te denuesta, sin saber por qué subes o por qué bajas, tener anclajes y raíces fuertes que te sostengan es muy importante. Está bien tener los pies en la tierra y no creérselo ni cuando te ensalzan ni cuando te pisotean. Por eso es muy importante tener tu vida más allá del trabajo y con gente que no tenga que ver con él. Que conste que tengo amigos de la profesión maravillosos, pero me gusta mucho tener a mi alrededor gente que no tiene nada que ver con ella y que te pone en la realidad en tres segundos. Mis hijos los primeros, y eso me encanta.
Estoy muy agradecida a todo lo que he hecho. Ojalá siga como estoy. He conocido gente joven que está empezando y que tiene mucho que contar y que aportar, como Álvaro Gago, director de ‘Matria’. Hay mucho nivel y es una pena que muchas películas se queden fuera de las temporadas de premios porque son producciones con presupuestos pequeños. Es importante darles visibilidad y también lo es que nosotros vayamos a hablar a los medios pequeños porque es la manera de crear comunidad y un medio pequeño más otro, más otro, más otro, ya hacen una buena promoción. Hay que trabajar más porque tienes que ir a más sitios, sí, pero si te gusta la película, lo haces encantado.
P.M. A mí me ha dado cosas como esta conversación. La monotonía nunca me ha gustado, entonces, poder entrar en proyectos diferentes, empatizar con momentos distintos, tener esta conversación contigo en la que reflexionamos sobre las parejas me parece maravilloso. Los proyectos que te interesan te hacen reflexionar sobre nosotros, sobre cómo vivimos la vida, y me interesa mucho eso. Tú y yo no hemos llegado a ninguna conclusión porque las relaciones no son matemática pura, sino algo misterioso. Me encanta la posibilidad de descubrir algo con cada proyecto y dar un poquito más de luz. Y eso que me llevo yo también para mi vida.
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