Entrevista| Candela Peña «Somos un libro y lo que vemos de los demás son las tapas. Si nos tomásemos la molestia de dedicarles desde la página uno hasta el final, entenderíamos todo de todo el mundo»
‘El caso Asunta’ es la serie de Netflix sobre el suceso que, hace una década, conmocionó a Santiago de Compostela y a España entera. El 22 de septiembre de 2013, la que fue la primera niña de origen chino adoptada en Galicia apareció muerta en una pista forestal. Por su asesinato fueron condenados sus padres, Rosario Porto y Alfonso Basterra.
En el marco de la promoción de la serie, charlé con Candela Peña, que se mete en la piel -y en la cabeza- de Rosario Porto. Hablamos del viaje que ha hecho con este proyecto, de los vericuetos que ha transitado, de lo poco que nos molestamos en conocer a los demás y lo fácil que nos resulta juzgarlos, de la salud mental, de su oficio y de lo próximo que le gustaría explorar como actriz.
Candela creció en un cine y su motor siempre ha sido convertirse en la actriz que, sentada en aquellas butacas, soñó ser. De sus enormes dotes interpretativas nadie duda, pero si algo la hace grande es, por un lado, su valentía y, por otro, la generosidad con que siempre aplaude el trabajo de sus compañeros de profesión y de todo el equipo que hace posible cada proyecto.
Aplaudirla a ella es lo que, a buen seguro, haremos nosotros en la próxima temporada de premios.
Pregunta. ¿Cómo estás viviendo el éxito que está teniendo ‘El caso Asunta’? ¿Te sorprende que, después de treinta años de carrera, tres Goyas y muchos más reconocimientos, todavía haya gente que parece que te está descubriendo ahora?
Respuesta. Lo estoy viviendo de manera tranquila. Tengo la misma sensación que tuve con ‘Hierro’ de que me vuelven a descubrir con cada cosa que hago. Sí me sorprende que vaya, por ejemplo, a ‘La Resistencia’ y la gente me descubra ahí, que haga ‘La boda de Rosa’ y me descubran ahí. Una vez, mi hijo me dijo una frase que me encantó: «mamá, eres una novedad antigua». Y es verdad porque siempre es una novedad lo que hago, pero yo ya soy antigua. Pues sí, soy una novedad antigua y como tal me siento. Eso es algo que me da marcha porque significa que la gente no se ha cansado. Yo, como actriz, también siento que cada nuevo trabajo me hace renacer porque si algo no he perdido es la ilusión. La tengo intacta, prácticamente como la tenía con dieciséis o diecisiete años. Y creo que eso es lo que me mantiene.
P. Como actriz, ¿este personaje te ha hecho transitar por lugares que no habías transitado antes?
R. Absolutamente. Y era lo que más miedo me daba. Es verdad que los directores, Carlos Sedes y Jacobo Martínez, nunca nos pidieron que copiásemos ni imitásemos a Rosario Porto y a Alfonso Basterra; de hecho, yo no tengo la sensación de haber hecho a Rosario Porto, yo lo que he hecho es un personaje partiendo de toda la información sobre ella de la que he podido disponer porque, obviamente, yo no la he conocido, y me he dejado llevar mucho por mi intuición. Pero Rosario era una persona que llegó a consumir diez Orfidales al día, entonces, yo, que nunca he tomado benzodiacepinas, tenía que buscar la manera de construir un estado que nos sirviera a todos, que me funcionara a mí para navegar en eso, que les funcionara a los directores y que funcionara también con Tristán porque yo estoy en muchas escenas con él y tenía que encontrar el punto de equilibrio para que él no tuviera enfrente a alguien con poca energía.
Por otro lado, estaba también el acento, la cadencia de ella, que tenía una manera de hablar muy concreta, como cantando. Entonces, su manera de hablar, junto con el acento y las benzodiacepinas, me podía llevar a caer en algo que fuera como una parodia extraña, y es lo que yo no quería bajo ningún concepto. Es como si a un traje se le ve el hilván. Yo lo que quería es que no se vieran las costuras. No sé si lo habré conseguido o no.
Y luego está otro aspecto que nos diferencia de otros actores de otras cinematografías, por ejemplo, de la de EE.UU., donde los actores disponen de un coach de voz, de uno de cuerpo, de otro de acting. Aquí no. Yo tenía mis dos lingüistas, que me han servido muchísimo, pero de cuerpo no he tenido coach, de actuación, los directores, sí, pero, siendo como era el personaje, había muchas cosas que se me podían escapar, así que tenía que tener un grado de concentración total.
«A Rosario no la conoce nadie. A Rosario la ha prejuzgado todo el mundo y se la condenó antes de entrar en la sala»
P. Aunque no hayas encarnado exactamente a Rosario Porto, sino que has construido tu propio personaje, al estar basado ese personaje en una persona real, ¿has sentido más presión o más responsabilidad a la hora de interpretarlo?
R. Pues es curioso porque, cuando he visto series o películas en las que compañeras actrices han hecho la historia de alguien, por ejemplo, Belén Cuesta, que hizo de Bárbara Rey, siempre he pensado que eran muy valientes por meterse en un personaje que todo el mundo conoce. Yo nunca lo pensé con Rosario. Entonces, me di cuenta de que, como actriz, lo que me daba más reparo era interpretar a una persona que todo el mundo sabe quién es durante mucho tiempo porque se gana la vida con algo del espectáculo, por ejemplo, que es el caso de Bárbara Rey. Yo no lo pensé con Rosario porque ella no era alguien conocido. De hecho, ella lo que peor llevó fue ser conocida, ella quería pasar absolutamente desapercibida en una sociedad pequeña como la de Santiago, donde se vive mucho teniendo en cuenta la mirada externa, el qué dirán. Además, ella pertenecía a una familia bien, su padre era un abogado muy conocido en la ciudad, la madre catedrática, que daba clases en la Facultad, sus abuelas fueron profesoras en la Guerra Civil, o sea, eran progres porque esas señoras daban clases a la gente desprotegida en la guerra y los padres de Rosario heredaron esos ideales, pero, a la vez, eran conservadores, tenían un estatus.
A Alfonso Basterra y Rosario Porto sí se les vio durante el tiempo que duró el proceso judicial, pero lo que a mí, como actriz, me interesaba más de la serie era crear lo que no se sabía, lo que no se veía.
En resumen, no tengo la sensación de haber interpretado a alguien conocido, aunque pueda parecer raro porque Rosario no era conocida. A Rosario no la conoce nadie. A Rosario la ha prejuzgado todo el mundo y se la condenó antes de entrar en la sala. No le permitieron ni enterrar a su hija porque del tanatorio se la llevaron detenida. Nadie sabe quién es Rosario porque no le dejaron ni llorar la pena por su hija. Y, por el material del que yo he podido disponer, esa mujer quería a su hija muchísimo.
P. En este caso, los dos padres fueron condenados. ¿Crees que, socialmente, se ha juzgado más a Rosario Porto que a Alfonso Basterra?
R. Ha habido rencor social en general. Si esas personas hubieran salido de un poblado chabolista de Sevilla, no se les habría dado el mismo trato, pero aquí la gente decía que cómo era posible siendo ella abogada y cónsul honoraria. Y lo que pasa es que a todas las personas nos sucede de todo, no depende de nuestra condición social, sino de la herida que cada uno tenga, de su inseguridad, de sus complejos. Y, en este caso, hubo mucho rencor social, muchísimo.
Aquí no hubo violencia vicaria porque eran los dos padres los acusados, pero no se juzga igual a un padre que a una madre. Suele haber más padres que hacen este tipo de cosas con sus hijos y se les juzga de una manera concreta. Cuando es una mujer, como tenemos grabada a fuego la idea de que una mujer es la cuidadora, la maternal, se le juzga de otra forma; sin embargo, la gente no sabe que el rol en esta pareja estaba absolutamente cambiado. Él era el amo de casa, ella trabajaba en el bufete con su padre y no se ocupaba de su casa, yo creo que porque Alfonso la inutilizó para esas cosas y ella vivió convencida de que no sabía hacer nada. Tengo la sensación de que era una mujer que, si le faltaba Alfonso, no se manejaba en las cosas del hogar, que suelen ser las cosas que se asocian a las mujeres.
«El peor acto de una persona no define a esa persona»
P. Este fue uno de esos casos en los que hubo un juicio mediático. Muchos, sólo con la información que extrajeron de los medios de comunicación, llegaron a una conclusión sobre lo que había sucedido. ¿Crees que la serie puede servir para que, de ahora en adelante, ante un caso así, la gente juzgue menos?
R. Fíjate, que eso es lo que más he aprendido de esta serie. Como sociedad tenemos responsabilidad frente a las cosas que pasan. Las personas tenemos derecho a que se nos trate bien y no se nos prejuzgue. Ahora, estamos viviendo un caso, que es el de Daniel Sancho, y es muy fácil desde aquí decir por qué ese padre ha hecho esto o lo otro. ¿Qué sabemos nosotros el dinero que ese padre necesita para los abogados o si esa madre está allí sola o no? Ni tan siquiera esos padres saben lo que sucedió a ese hijo en ese momento. Es muy fácil prejuzgar. Y es muy fácil que a ese niño se le trate de una manera concreta por su belleza, por su familia.
Todas las personas somos un libro, y lo que vemos de los demás son las tapas, pero si nos tomásemos la molestia de dedicarles desde la página uno hasta el final del libro, entenderíamos todo de todo el mundo. Desde luego, el peor acto de una persona no define a esa persona. Todos somos la suma de mil cosas que nos han sucedido. Nosotros no somos nosotros porque queremos nosotros, sino también porque los demás nos han hecho así. Somos el producto que la sociedad ha hecho de nosotros.
P. ¿Por qué ha sido importante para ti encarnar al personaje de Rosario Porto?
R. Sobre todo, porque yo quería darle una oportunidad no a la persona, sino al personaje. Creo que cualquier personaje tiene derecho a que se le entienda. Todos los personajes merecen un actor que se tome la molestia de llevarlos todo lo lejos que pueda para que la gente pueda entender que, dependiendo de la mirada, vemos las cosas diferentes. Las cosas no dependen solo de uno mismo, sino también de la mirada ajena.
A mí lo que más me ha sorprendido de todo es que, antes de estrenarse la serie, yo puse en Instagram «gracias» con una foto de Rosario Porto y hubo gente que me llamó asesina; ahora que la serie ya se ha estrenado, nadie del planeta, y mira que lo está partiendo en muchos países, me ha dicho asesina. La serie no se ha hecho con ningún ánimo de esclarecer nada, sino para que cada uno la vea y se dé cuenta de que no sabe lo que ese matrimonio estaba viviendo o dejando de vivir.
«Lo que más he aprendido es que no podemos juzgar a nadie porque no sabemos nada de nadie»
P. De hecho, uno de los mayores aciertos de la serie, en mi opinión, es que no trata de dar una conclusión, sino que, simplemente, te pone los hechos delante. Y también que, además del crimen en sí, trata otros temas, como la relación entre Rosario y Basterra o la salud mental porque Rosario era una persona con problemas de salud mental.
R. Rosario era una mujer enferma y yo así he construido el personaje. Una mujer frágil, que antes de lo que pasó con su hija, ya había tenido tres intentos de suicidio.
Un aspecto importante es que ella era fértil. Ellos adoptan a la niña porque ella tiene un lupus y es tal la protección de Alfonso Basterra sobre ella, que él plantea la posibilidad de adoptar para que ella no enferme más. Él la trata todo el rato como una enferma y que te traten así también es terrible porque, llega un momento en que te inutilizan, te inhabilitan, y acabas siendo un cero a la izquierda. Yo creo que Rosario acabó creyéndose que si ella se quedaba sola con la niña, no sabría ni qué hacer porque, a veces, eso nos pasa a todas las madres. Te vas, por ejemplo, a rodar fuera y vuelves, y tienes que coger la rutina del sándwich por la tarde, de ver si hay jamón, etc.
Cuando trabajé en ‘La boda de Rosa’, una de las maltratadas de un centro de Toledo nos decía que ella pudo duchar por primera vez a su hijo cuando el niño tenía cuatro años porque su marido no le había dejado hacerlo nunca y que fue en ese momento cuando descubrió que el niño tenía pecas en la espalda. Su marido la inutilizaba, le decía que no sabía hacer esto o lo otro y ella se pasó cuatro años en una silla porque no la dejaba hacer nada. Por eso, ¿qué sabemos nosotros de la relación que Rosario y Alfonso tendrían o no tendrían?
Lo que más he aprendido es que no podemos juzgar a nadie porque no sabemos nada de nadie.
P. Hoy en día, se habla mucho más de salud mental, pero ¿crees que, a la hora de la verdad, la sociedad ha avanzado tanto en la consideración que se da a los enfermos mentales?
R. No, yo creo que acaban siendo palabras que se ponen de moda, por ejemplo, «tenían una relación tóxica». No, una persona no tiene relaciones tóxicas, a esa persona le pasa algo en la cabeza que le hace tolerar determinadas cosas y, si se junta con otro, que, a su vez, tiene su pedrada, pues pasa lo que pasa.
Sería fundamental que en los colegios hubiera clases donde a la gente se le dieran herramientas para gestionar lo que nos pasamos luego la vida gestionando, que es la frustración. Y más en una sociedad como la actual, en la que en las redes sociales hay personas con muchísimos seguidores, que dicen que tienen dos millones de euros en el banco, y los chavales lo ven y se creen que ahora eso a cualquiera le puede pasar. Nuestros hijos se van a frustrar mucho, van a estar muy insatisfechos porque, además, todo tiene que ser ya. Entonces, creo que sería necesario tratar esto desde la raíz, desde la educación, en los coles porque hay padres que tampoco tienen recursos para enseñárselo a los niños. Con todo el respeto, pero qué más dará saberte los afluentes del Duero, si a lo mejor no vamos nunca al Duero. Aprende cómo haces tú cuando te dicen «no» o «ahora no, después sí», esas cosas. Porque, además, nos van aborregando, vemos el contenido que quieren que veamos, vamos a los centros comerciales donde va todo el mundo. No vemos el precipicio, pero nos acabaremos cayendo en algún momento.
P. En la serie ‘Hierro’ hiciste de jueza, en ‘El caso Asunta’ te ofrecieron, en un primer momento, el papel de la guardia civil. ¿Tiende la industria a encasillar a los actores?
R. La industria y nosotros mismos porque nuestra propia necesidad nos hace que cojamos los papeles. Es una decisión de la industria y es una decisión tuya de jugártela en decir que no a algo con la incertidumbre de si te llamarán otra vez o no. Dependiendo del hambre que tengas, de la cuenta bancaria que tengas o, poniendo el símil del hámster, dependiendo de la comida que tengas en el carrillo, pues puedes jugártela o no. Yo a eso sí le echo arrojo. También te digo que, en este caso, yo al productor le dije que me hiciera la prueba para Rosario, pero que, si la prueba no me salía bien, yo haría la guardia civil, y eso él lo mantuvo, o sea, yo al papel que me ofrecieron de guardia civil, dije sí; di hasta unas notas de guion, que les hicieron pensar a los guionistas. Y podía haber pasado que no me dieran el papel de Rosario, entonces, habría hecho el de la guardia civil.
P. ¿Cómo convives con todos los personajes que interpretas? ¿Una vez que termina la película, la serie o la obra de teatro, dejas al personaje atrás o queda algo de cada uno de ellos en ti?
R. Todos los personajes se llevan una parte de ti. Una vez le oí decir a Meryl Streep una cosa que me encantó: que quien hubiera visto toda su cinematografía la conocería un poco porque todos los personajes se llevan un pedazo de ella.
P. Cuando entrevisté a la actriz Luisa Gavasa, me dijo: «Todos llevamos todo dentro y hay personajes que me permiten ahondar y sacar todo eso que, por ética, por mis convicciones morales, yo no haría jamás». ¿Compartes esta idea?
R. Es una lectura de la vida, sí. Obviamente, si rascamos dentro de todos nosotros habitará un poco de todo en cada uno. Es probable. Pero para interpretar todas esas cosas yo creo que lo mejor y más importante, que eso sí que es de primero de interpretación, es que tú no puedes ni debes juzgar al personaje que tienes que encarnar. Si tú haces un asesino, puedes habitarlo, claro, pero, para empezar, no lo debes considerar un asesino, tienes que colocarte en otro lugar, y eso es lo enriquecedor.
Para ‘El caso Asunta’ sé que dos actores hombres no quisieron hacer el personaje de Alfonso Basterra y el propio Tristán, que venía de rodar la serie ‘Berlín’ y que tiene dos hijos, también se lo pensó. Qué mala madre debo de ser yo porque a mí me pasó al contrario, yo fui a por el personaje de Rosario (ríe).
Soy actriz, soy cuenta cuentos, me dedico a contar realidades que no existen, pero de manera que tú creas que sí. Ese es mi cometido, ser actor es eso: contar realidades que no existen y hacer que la gente se las crea. Ahora, hay mujeres que me dicen que se quieren comprar las chanclas que llevaba Rosario, o sea, se ha pasado de ver a Rosario como una villana a que ahora haya «Rosariomanía». Y esto no lo he hecho yo, esto lo hace la gente con sus propias miradas frente a esto.
Es un ejemplo tonto el que voy a poner, pero es como cuando la gente se lee un libro y luego hacen película basada en ese libro y dicen que no se lo imaginaban así. Obvio, es que así se lo imaginó el que ha hecho la película. Cada uno tiene su propio imaginario. Y a todos nos afectan las cosas en función del momento en que estamos cuando las vemos. A lo mejor una película que ves ahora, dos años antes no te habría afectado igual ni la habrías visto de la misma manera o una obra de teatro que ves ahora y no la entiendes, quizá, dos años después la ves y te pega un petardazo en la cabeza. Por ejemplo, la función de teatro que he hecho con Pilar Castro (‘Contracciones’) yo la leí cinco años antes de hacerla. Pilar me dijo que Jorge Kent, que es un amigo nuestro con el que ella estaba trabajando en una función de teatro en aquel entonces, había hecho la traducción de esa obra, yo me la leí y, en ese momento, no iba conmigo para nada; sin embargo, cinco años más tarde, yo con un cabreo con el sistema terrible, la leí y ese sí era el momento. Claro, es que yo no estaba igual. La primera vez la había leído en un momento dulce de trabajo y no me había colocado en esa trabajadora puteada, luego, yo estaba más tocada porque llevaba tiempo sin trabajar y quería levantar una obra para poder comer y entonces sí era el momento.
«He encarnado el tipo de mujer que lidera desde la Ley. Ahora me gustaría ser una líder fuera de la Ley»
P. Como próximos proyectos, ¿hay algo que no hayas hecho hasta ahora y que te gustaría probar?
R. He encarnado el tipo de mujer que lidera desde la Ley, que es la jueza, he sido también abogada que no ha cumplido la Ley. Ahora me gustaría ser una líder fuera de la Ley, no sé, una señora que haga copias de cuadros falsos, una contrabandista de piedras preciosas, una traficante de armas, una señora que venda granadas a Putin, ese tipo de cosas. Una líder bajo cuyo mando estén muchos hombres y que la Ley no los ampare.
P. ¿Y algún proyecto que no esté relacionado con el cine o las series?
R. Hay algo por ahí. He estado grabando con un móvil lo que ha sido el proceso de la función de teatro que he hecho con Pilar Castro, desde los ensayos hasta el último día de la gira. A ver si toma forma. La idea es mostrar lo que ha sido un proceso creativo: cómo arranca una función, quién te dirige, cómo el director desaparece, cómo la gira la haces con los técnicos. Todo ese viaje, que ha sido una creación colectiva que, al fin y al cabo, es lo que acaban siendo los proyectos.
P. ¿Crees que el éxito de crítica y público que está teniendo ‘El caso Asunta’ contribuirá a que tengas más proyectos encima de la mesa?
R. No tengo ni idea y no lo quiero pensar. Quiero vivir las cosas con tranquilidad. Yo antes ambicionaba proyectos, pero no por los proyectos en sí, sino para demostrar y demostrar, pero he llegado a un momento de la vida en que ya no quiero demostrar más veces que soy buena actriz, que soy maja, que no soy lo que dicen. No quiero más eso. Tengo la misma edad de Sofía Vergara y yo no tengo un Botero en casa. Lo único que quiero es una casa con ventanas por las que entre la luz. Entonces, quiero dinero para tener luz. Es mi única ambición.