Entrevista | Ángel Roldán «Nuestras raíces están en aquellos lugares con los que nos identificamos»
Esto no es Jamaica es la historia de un grupo de personas que llegaron a El Prat (Barcelona) a trabajar en los años sesenta y setenta. Es, también, la historia de sus hijos. Y la de muchos que, en aquella época, tuvieron que buscarse la vida en un lugar que no era el suyo pero que acabaron sintiendo como propio.
De la construcción de la identidad, de las raíces, de la emigración, de la vida en comunidad, del teatro, en general, y de la obra, en particular, he charlado con Ángel Roldán, el actor que tuvo la idea de contar esta historia que, bajo la batuta de Carol López, protagoniza junto al resto del elenco.
Pregunta. ¿Cómo surgió la idea de esta obra?
Respuesta. Somos una compañía que este año cumple cincuenta años. Hacemos formación, exhibición, creación y, dentro de la compañía, un grupo nos dedicamos profesionalmente al teatro. Y la idea de esta obra surgió a raíz de un taller de interpretación que hicimos con Carol López, la directora, en El Prat, que es una ciudad como puede ser Coslada o cualquier otra de la periferia de Madrid. Nos encantó el taller y nosotros le gustamos a ella.
A mí me rondaba por la cabeza hacer un montaje sobre nosotros, sobre nuestros padres y madres, que llegaron a Cataluña en los años sesenta y setenta, en concreto a El Prat, que era una ciudad del extrarradio, contaminada, con muchos problemas, con barrios marginales. Quería contar lo que se encontraron y lo que es ahora mismo esta ciudad, que se ha convertido en una ciudad de moda y ha perdido la esencia que antes tenía. Y esto no nos ha pasado sólo a nosotros, sino a muchas ciudades del extrarradio. Teníamos nuestra historia, aunque, al mismo tiempo, estábamos marginados y nadie quería ir a vivir allí en los sesenta. Es más, cuando éramos jóvenes y salíamos por Barcelona de fiesta, no decíamos que éramos de El Prat, decíamos que éramos de Barcelona; ahora es todo lo contrario, está de moda decir que eres de El Prat. Quería, también, dar valor a esa generación de nuestros padres, a esa esencia. Entonces, le conté el proyecto a Carol López, le gustó y empezamos a hablar con el Teatro Kaddish y con el Ayuntamiento de El Prat para buscar financiación, sobre todo para el sueldo de la directora, que es una figura del teatro catalán y español muy prestigiosa, con dos premios Max.
Comenzamos a trabajar con improvisaciones sobre nuestras vivencias. Pedíamos a nuestros padres que nos explicasen por qué habían venido aquí, qué habían hecho, qué se habían encontrado al llegar; después, se lo explicábamos a Carol e improvisábamos sobre eso. Muchas cosas le gustaron y se las quedó, así que la obra está hecha de nuestras vivencias. Nosotros hacemos de nosotros mismos y de nuestros padres en distintas épocas, desde que llegaron y se encontraron un lugar que no era lo que les habían prometido, que olía mal porque había empresas como la papelera, con un río contaminado y unas playas en las que no se podían bañar.
Es muy divertida esa dualidad de hacer de padres y de hijos y muy bonito ver cómo, con los años, ese pueblo que, al principio, ellos no querían han acabado haciéndolo suyo y considerándolo su tierra.
P. En la obra está la visión de dos generaciones distintas. ¿Son ahora las generaciones más inconformistas que las anteriores o es que uno es más inconformista cuando es joven?
R. Cuando somos jóvenes somos más inconformistas. Luego, nos vuelve la memoria de un tiempo pasado mejor, una nostalgia de una época que no va a volver, no sé si mejor o peor, no juzgo, pero es cierto que antes había una esencia que se ha perdido, la esencia de llegar a un lugar en el que conocías a todo el mundo. Ibas al chiringuito de la playa, porque aunque no te pudieras bañar sí que había chiringuito, y conocías a todo el mundo, había algo especial. Esos chiringuitos ahora se han hecho tan famosos que los han adquirido los de Barcelona o los de Castelldefels, ya no los lleva la gente de El Prat que los llevaba desde hacía quince años; ahora, vas y ya no tienen aquella esencia, ahora, son mucho más modernos, sofisticados, con comida healthy. Y es que, en un concurso para una concesión, te puntúan por dinero, por experiencia y otras cuestiones, pero no por la esencia. Eso es algo que queríamos enseñar.
La obra, desde la comedia, habla de cómo nos echan de nuestro propio espacio. Habla, también, de los derechos del trabajador, que en aquella época estaban muy cuidados con los comités, etc., del aborto, que era algo de lo que no se hablaba, aunque todos conociéramos mujeres que iban a Londres, de los divorcios, de los que tampoco se hablaba.
Este mundo loco nos ha hecho perder muchas cosas, entre ellas, los vecinos. De eso hablamos también. Antes, había comunidad. Las vecinas se ayudaban entre ellas. En la obra, una mujer está separada y son las vecinas las que la ayudan; ella se siente en casa y ya no quiere dejar esa casa. En la compañía, la mayoría son mujeres y se habla mucho de esa feminidad de aquellos años.
Recordamos, además, los juegos de cuando éramos pequeños. Toda esa nostalgia, pero también con mala leche. Y ahí Carol ha hecho una dramaturgia bestial. Desde las improvisaciones, hicimos un mapa y todo empezó a cobrar sentido. Y, así, se creó ese paraíso particular que es Esto no es Jamaica. Fue maravilloso.
P. ¿Por qué este nombre para la obra? ¿De dónde viene?
R. Esto no es Jamaica es una canción de los años ochenta de Decibelios, un grupo ska; concretamente, de su álbum Vacaciones en El Prat. La canción dice: «esto no es Jamaica, esto es el Llobregat. Aquí no hay palmeras, sólo hay radioactividad».
Al principio, pensamos mil nombres para la obra, pero nos dimos cuenta de que el adecuado lo teníamos delante, que un grupo ya había hablado de El Prat como «esto no es Jamaica» en los años ochenta. Ahora, no sé si es Jamaica, pero casi porque en la playa de El Prat hay pasarelas de madera, un centro de recuperación de animales marinos, etc. Y eso que se la quieren cargar para ampliar el aeropuerto y estamos con la lucha de los recursos naturales, del parque natural del Llobregat.
Es magnífico que podamos hacer temporada en Madrid con esta obra.
P. ¿Vais a estar en más ciudades?
R. La idea es que sí porque es una obra con la que mucha gente se puede sentir identificada, pero el teatro de guerrilla lo que tiene es que lo hacemos y luchamos todo nosotros. A Madrid, por ejemplo, vamos financiando todo nosotros. No tenemos dinero para hacer publicidad ni para buses ni nada. Vamos a taquilla, así que a ver qué pasa.
Sí que hemos hecho bolos en Cataluña, dos temporadas en Barcelona, en 2023 y 2025, y en octubre vamos a Badalona otra vez.
P. La obra trata sobre las raíces, sobre la identidad. ¿Qué es para ti la identidad? ¿Cuánto nos condiciona el entorno a la hora de construirla?
R. En esta obra, todo. Está basada en eso, en el entorno en el que hemos crecido y del que hemos visto una transformación, y en la identidad y las raíces de cada uno.
No creo que las raíces se tengan que identificar simplemente por ser de un lugar, sino porque tú te identificas con ese lugar y con la gente que hay alrededor.
En la obra, los actores somos amigos, tenemos muchas historias compartidas y eso a la hora de hacer la función se nota en escena, la gente percibe que hay complicidad, que lo pasamos bien, y eso se contagia. Cada vez que hacemos la obra, tenemos eso muy presente. La primera vez que la hicimos en El Prat, me emocioné mucho porque estábamos contando las historias de gente que estaba en el público. Hablábamos en escena de las historias de nuestros padres, que estaban allí viéndonos.
Hay momentos divertidos también. Por ejemplo, en un momento dado, bailamos los pajaritos y las señoras mayores se ponen a bailar.
Muchos verán la obra y se irán a su entorno y a sus raíces. Es muy bonito que, viendo algo de otros, se identifiquen con ellos mismos. Eso pasa en cada en función. Ha venido gente de Uruguay que nos decía: yo de pequeño hacía lo mismo y con mi pueblo ha pasado igual.
P. En la obra, un grupo de personas se muda a un pueblo que no es el suyo. ¿Crees que si esa mudanza se hubiera dado ahora, en la era digital, habría sido diferente?
R. Se puede pensar lo peor. Cuando no había trabajo en los campos de Andalucía y Extremadura, mucha gente vino a Cataluña y al País Vasco a trabajar y se les acogió con los brazos abiertos, pero tú imagínate que ahora te llegan los miles de personas que vinieron. No sé cómo se aceptaría. De hecho, ya está pasando, que vienen de África y no los aceptamos. No lo sé. Es que la emigración es otra.
Por otro lado, si a mí ahora me dicen que tengo que dejarlo todo e irme con mi hijo y mi mujer a Galicia o al sur de Francia a trabajar y empezar una vida nueva, no sé si sería capaz. Supongo que la necesidad me obligaría, pero ahora somos mucho más cómodos. Tenemos envidia de lo que hacen los influencers, pero con ir una vez al mes al sitio al que han ido ellos ya nos sentimos felices.
Y, además, es que cuando emigras, dejas todo atrás. Yo veo a mis tíos, que algunos se han vuelto a sus lugares de origen, pero han estado muchísimos años sin ir, quizá porque, cuando se fueron, parecía que se habían ido porque en su pueblo no tenían nada. Eran, quizá, los más pobres del lugar.
Muchos amigos de mis padres, al llegar aquí, en los primeros meses, estaban en una chabola. Figúrate vivir en esas condiciones, que, seguramente, no serían muy diferentes a las de los campos de refugiados que vemos ahora. El estadio olímpico de Montjuic estaba lleno de chabolas por abajo y allí vivía la gente cuando llegaba; luego, con los primeros sueldos, ya podían alquilar un piso. En la película El 47 también se ve esto.
Es bueno valorar a toda esa gente a la que se ha valorado poco. Nuestros padres se pusieron a trabajar con dieciocho o diecinueve años, algunos pudieron estudiar porque sus padres tendrían algo más o porque serían muy buenos estudiantes, el mío, por ejemplo, estuvo trabajando desde los quince. Mis padres vivieron para trabajar, para que nosotros pudiéramos tener la vida que tenemos ahora. Hay que dignificar eso.
P. Has hecho, series, películas, teatro. ¿Qué es lo más gratificante del teatro?
R. El teatro te permite día a día tener público con el que compartir inmediatamente tu trabajo. Lo que más me gusta del teatro es salir de la función y poder hablar y tomarme una cerveza con la gente.
En la pandemia, hicimos una obra y era muy triste salir del teatro e irte para casa. El público es muy necesario para compartir tu trabajo, tu vivencia. A mí es lo que me da el teatro: vivir día a día que estás haciendo una cosa que a la gente le gusta.