Barbie: life in plastic is so fantastic?
Hace unos días fui a ver uno de los fenómenos del verano: Barbie. Y será porque las que más suelen llamar mi atención son aquellas películas más alejadas de lo mainstream o porque, muchas veces, se me echa el tiempo encima y acabo yendo al cine cuando la película ya lleva varias semanas en cartel, pero apenas recordaba lo que era una sala abarrotada y colas para entrar a una sesión y la siguiente. Mucho menos en un cine que se caracteriza por contar con un público de edad madura.
Bueno, a decir verdad, la última vez que estuve en un cine a rebosar fue hace poco, en un pase del cortometraje ‘Extraña forma de vida’, pero claro, contaba con la presencia de su creador, Pedro Almodóvar, y eso siempre atrae.
Para variar, esta vez, llegaba con el tiempo muy justo, tarde en caso de que no hubiera anuncios, así que caminaba a paso más que ligero y tuve que frenar en seco al llegar a la puerta. ¿En serio toda esa gente estaba esperando para entrar? Me quise asegurar -no sería la primera vez que me pongo en la cola equivocada-, con la esperanza de que estuvieran esperando para comprar palomitas, pero no. La mayoría estaban allí para lo mismo que yo y la indumentaria los delataba. Tras la première, a la que todos los actores e influencers del momento acudieron vestidos de rosa, muchos se han puesto a rebuscar en sus armarios prendas de este color. Otros las habrán comprado para la ocasión, que para eso se han encargado algunas marcas de hacer colecciones de ropa ad hoc. Desde luego, es de justicia alabar la descomunal campaña de promoción que se ha hecho a nivel mundial.
El resto de gente que hacía cola iba al otro taquillazo del verano, Oppenheimer -174 millones de dólares recaudó en el fin de semana de su estreno y más de 300 millones Barbie-. Siempre es una alegría ver que las salas, que hace tres años temieron no volver a llenarse, están hasta los topes.
Reconozco que fui a ver Barbie para poder tener una opinión al respecto porque, en los últimos días, no se hablaba de otra cosa, sin contar las elecciones generales, claro. No estaba segura de que fuera a gustarme. Pese a haber leído en las críticas por dónde iban los tiros, pensaba que iba a encontrarme algo más superficial o el típico discurso tan manido que pierde efecto. Aun así, decidí ir con la mente abierta para dejarme sorprender por la película. ¡Y vaya si lo hizo! Superó con creces mis expectativas. De hecho, volveré a verla para descubrir capas que, seguramente, en un primer visionado se me pasaron por alto.
La película comienza con una escena magnífica, que es, por cierto, un guiño a Kubrick, y representa a la perfección la revolución que supuso la llegada de Barbie. Una mujer independiente, con su propia casa, su coche, su profesión y que no necesitaba depender de ningún hombre, frente a las clásicas muñecas que siempre habían sido representaciones de bebés, que obligaban a las niñas a jugar a ser madres. Pero la que tan revolucionaria fue en los 60, con el paso de los años y los cambios sociales, se quedó obsoleta, no siendo ya reflejo de la sociedad y convirtiéndose, incluso, en objeto de rechazo por constituir un ideal de belleza que la inmensa mayoría de mujeres nunca llegará a alcanzar.
El filme está dirigido por Greta Gerwig, que firma el guion junto con Noah Baumbach, y protagonizado por unos espléndidos Margot Robbie y Ryan Gosling. Una de las cosas que más le agradecí es que no se queda en una mera guerra entre dos sexos. Con altas dosis de humor, que nos sacan más de una carcajada, es una sátira del patriarcado y del feminismo extremos, mostrando cómo los extremos llevan al absurdo, y también de la sociedad en general y del consumismo.
En la apacible y felicísima Barbieland, las mujeres hicieron suyo hace tiempo el grito de Nairobi, el personaje de Alba Flores en ‘La casa de papel’, «que comience el matriarcado». Todo se trastoca cuando la Barbie estereotípica, seguida por Ken, se ve obligada a visitar el mundo real, donde descubre que las cosas allí no son como las barbies pensaban. Ese viaje, con clara influencia de ‘Mago de Oz’, es también un viaje emocional, en el que Barbie se hace preguntas trascendentales e impropias de una muñeca, yendo mucho más allá de lo que su creadora, Ruth Handler, había imaginado. Pero, como su personaje dice en la película: «las madres nos paramos para que nuestros hijos vean lo lejos que han llegado».
La estética de la película, con su colorido, sus casas de ensueño, su playa como una versión muy mejorada de Venice Beach y la fantástica vida en plástico que cantaba Aqua, obedece a un diseño de vestuario y una dirección de arte espectaculares, complementados por una magistral dirección de fotografía a cargo de Rodrigo Prieto. A todo ello se suman unos números musicales al más puro estilo discotequero de los años setenta, que, aunque a mí no fue lo que más me maravilló de la película, resultan divertidos y muy vistosos.
Desde luego, estamos ante un fenómeno que va a seguir dando que hablar este verano y parece que no hay medias tintas: o la amas o la odias. En cualquier caso, Mattel se ha llevado el gato al agua. Y Greta Gerwig se nos ha metido en el bolsillo.